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CAPÍTULO XVIII. 151quietudes acerca del paradero de Ivanhoe: la naturaleza habia recobradosus derechos, á pesar de la resistencia que le oponía elestoicismo patriótico. Mas apenas supo el Sajón que su hijo estabaen manos seguras, y probablemente en las de algún amigo, la ansiedadpaterna que sus dudas habían escitado, cedió al resentimientodel orgullo agraviado, y á la memoria de lo que en su opinión haldasido un acto de rebeldía y desobediencia. «Vaya donde quiera|dijo; cúrenlo los que tienen la culpa de sus heridas, una vez quepretiere las mojigangas de los normandos á la fama y al honor desus abuelos.—Si para sostener la gloria de su familia, dijo lady Rowena queestaba presente en esta conversación, basta ser intrépido en elcombate y prudente en el consejo, valiente entre los valientes ygalán entre los galanes, solo el padre de Ivanhoe podrá decir—Basta, lady Rowena, dijo Cedric; este es el único punto en quer»o estamos de acuerdo. Preparaos para el festín que da el Príncipe,al cual estamos convidados con estraordinarias demostraciones dehonor; y los normandos no acostumbran tener estas urbanidadescon los sajones desde la catástrofe de Hastings. Debemos ir, aunqueno sea mas que por manifestar á esos bárbaros cuan poca mellahace en el corazón de un sajón la suerte de un hijo que sabevencer á los mas encopetados de esa perversa raza.—Pues yo os declaro, dijo lady Bovena, que no iré á la tiestadel Príncipe; y os ruego cpie consideréis que eso que en vuestraopinión es valor y desprendimiento, puede atribuirse por los otrosá crueldad y falta de sentimientos naturales.—Quédate pues en casa, ingrata doncella , respondió Cedric ; túeres la cruel que te places en .sacrificar la suerte de un pueblo oprimidoá un cariño imprudente, y que jamás tendrá mi aprobación.Uhelstane y yo iremos al banquete de Juan de Anjou.»Y en efecto, como ya ha visto el lector, los dos sajones asistieronal convite, cuyos principales sucesos hemos mencionado. Y olvieronú casa, del castillo del Príncipe, y montaron á caballo con sus guardiasy criados, y entonces fué cuando Cedric vio por primera vezal pobre Gurth. Como la cena le habia dado tan mal humor, se aprovechódel primer pretesto que tuvo para estallar. «¿Y porqué no lehabéis cargado de cadenas, perros villanos?» esclamó en el primerÍmpetu de su cólera.Sin atreverse á replicar, los criados de Cedric ataron á Gurth, el

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