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CAPÍTULO XI. 97bia en esta profundos hoyos y barrancos, hechos por los carruajesque habían conducido al torneo todo el aparato y los utensilios necesariosen semejantes ocasiones, lira grande además la oscuridadporque aunque la luna estaba fuera del horizonte interceptaba suresplandor la áspera maleza que guarnecía por ambos lados el camino.Oíase á lo lejos el alegre rumor de los forasteros que pasaban lanoche en el pueblo, interrumpido á veces por grandes carcajadasde risa, y á veces por conciertos y cauciones. Toda esta algazaraindicaba el desorden que reinaba en la ciudad, y Gurth empezó ásentir grandes recelos, al considerar el gran número de nobles quehabían asistido á la tiesta, y que habían llevado consigo numerosoacompañamiento de criados insolentes y disolutos. «líazon tuvo lahebrea, decía Gurth á sus solas, y algo diera yo por hallarme a!cabo de la jornada con la bolsa segura. Tales bandadas han acudidoá Ashby, no diré ya de ladrones de profesión, sino de andantescaballeros, andantes escuderos, andantes músicos, andantes bufonesy andantes saltimbanquis, que un hombre con un bizante enel bolsillo correría gran peligro á estas horas en estas encrucijadas;cuanto y mas, un porquerizo sajón, con un saco lleno de zequines.¡Si á lo menos me viera libre de esta intrincada espesura para divisarde lejos al primer bicho viviente que se acercara!»Gurth, en virtud de estas reflexiones apretó el paso, á fin de llegarcuanto antes á la llanura en que terminaba aquella profundavereda; mas no pudo conseguir lo que deseaba. Al llegar á un puntoen que el monte era mas espeso y tortuoso, salieron do repentecuatro hombres, dos por ceda lado del camino, y le echaron manocon tanta violencia, que aun cuando hubiera sido posible resistirlesera ya demasiado tarde para hacerlo. ((Suelta lo que llevas, dijouno do ellos; nosotros somos los libertadores de los oprimidos, yprocuramos aliviar á cada cual del peso que les abruma.—No me aligeraríais tan fácilmente si pudiera siquiera dar tresgolpes en mi defensa, dijo entre dientes el porquerizo, cuya intrepidezno cedía tan fácilmente, ni aun á fuerzas superiores.—Lo veremos, dijo el bandido. Traed á ese bellaco, añadió habiendocon sus compañeros. "Parece que tiene gana de que se lerompa la cabeza, además de perder lo que tiene consigo. Lo sangraremosde dos \ enas a la vez.»Gurth fué conducido no con muy corteses modales al borde iz-7

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