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CAPÍTULO XLIII. 389repetidas interrupciones. Pero cedió á las instancias de su compañeroy del trovador, y volvió á tomar el liilo de su historia.«Los dos santos varones, ya que este reverendo padre no quieroque se les dé otro título, estaban piadosamente ocupados en vaciaruna bota de cerveza, cuando oyeron cadenas y gemidos, y vieronentrar por la puerta el alma en pena de Athelstane, que les dijocon voz terrible, y echando fuego por los ojos: En nombre de-Dios...—No dijo tal cosa, repuso el fingido fraile.— Tuck de Parrabas , dijo el músico llamando á parte al ermitaño,¿ como quieres que componga el romance si á cada paso estás,quitando á ese hombre las palabras de la boca?— Dígote, Allan-á-Dale, contestó Tuck, que yo vi con mis ojos áAthelstane de Coningsburgh , como te estoy viendo á tí. Estabaamortajado, y apestaba á difunto. Una arroba de vino seco no bastaráá borrarle de mi memoria.—; Qué ganas tienes de, chancearte! dijo Allan-á-Dale.— Por mas señas, continuó Tuck, que le asesté un garrotazo capazde derribar á un toro de ocho años; pero lo mismo le atravesóel cuerpo que si hubiera sido de humo.—Por san Huberto, dijo el arpista, que es cosa maravillosa y dignade ponerse en romance.— Si yo lo canto, dijo el fraile, que me ahorquen de una encina,¿Quieres que se aparezca otra vez el muerto , y me dé otro sustocomoel pasado? No, hijo mió; esas son chanzas pesadas.»A! decir esto, la ponderosa campana de la iglesia de san Miguelde Templestowe, venerable edificio situado en una aldea inmediataal preeeptorio, interrumpió su conversación. Uno á uno llegaron úsus oidos aquellos golpes majestuosos, dejando apenas tiempo á queuno se desvaneciese en los ecos distantes cuando el bronce conmovíade nuevo los aires. Esta era la señal del principio de la ceremonia.Los espectadores quedaron suspensos y aterrados, y todas lasmiradas se. fijaron en la puerta del preeeptorio, aguardando la salidadel gran Maestre, de la judía y de su campeón.EcLóse el puente levadizo, abrióse la puerta, y se presentó un caballerocon el gran guión de la orden, precedido por seis trompetas,y seguido por los preceptores, que marchaban dos á dos, y áquienes precedía el gran Maestre montado en un soberbio caballoenjaezado con la mayor sencillez. Detrás venia Brian de Bois-Guil-

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