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CAPÍTULO XXVII. * 219• le Torquil era la concubina del verdugo de su padre, mi acero tehubiera atravesado el corazón en los brazos del perverso.—¿Hubieras osado vengar de ese modo la fama de Torquil ? preguntóUlrica (que este era su nombre verdadero, y no el de Urfriedaj.Ahora conozco que eres digno del renombre que por tu patriotismohas ganado: renombre que ha llegado á estos muros empapadosen delitos. Y yo, aunque envilecida y degradada, palpitabale gozo al saber que existia quien pensaba en rescatar mi infeliz n a-.don. No: no se ha estinguido en mí el deseo de venganza que animabaal que me dio el ser. ¡Venganza!... yo he gustado sus delicias;yo he fomentado las discordias de nuestros enemigos, y loshe ecsitado al combate, en medio de los desórdenes de la embriaguez; he visto correr su sangre, he oído los ayes de su agonía. MírameCedric. ¿Nío notas en estas facciones marchitas alguna semejanzacon las del amigo de tu padre'?—No me lo preguntes, Ulrica, dijo Cedric, tan compadecido comoaterrado de lo que oia. Tu semejanza con Torquil, es como la delcadáver que sale de la tumba reanimado por el ángel de las tinieblas.—Ángel de luz, dijo Ulrica, era yo cuando armé el brazo del hijocontra el padre. La oscuridad del Averno debería ocultar lo quevas á oir ; poro la venganza alzará el velo que cubre este misteriode iniquidad. Largo tiempo había reinado la desunión entre Lrente-de-buey,y el brutal Reginaldo, su hijo: largo tiempo estuve yofomentándola. Al fin, estalló en medio de los vapores del vino, y míopresor cayó sóbrela mesa á manos del que le debia la vida : tales*on los secretos que estos muros ocultan. Abrios, esclamó, alzandola vista al techo, abrios, bóvedas de abominación, y confundid envuestras ruinas á todos los que saben este espantoso arcano.—¡Ytú, dijo Cedric, monstruo de iniquidad y de desventura,;, qué suerte has tenido desde la muerte del autor de tus males?—Adivínalo, respondió Ulrica, y no lo preguntes. Aquí... aquí hevivido hasta que la vejez prematura estampó en mi rostro un sellomortífero y helado: insultada y escupida, donde antes todos meobedecían y acataban; obligada á satisfacer la venganza, que antesrecogió tan amplia cosecha, con vanos murmullos é infructuosasmaldiciones ; condenada á oir desde mi torrecilla solitaria, los gritosdel banquete, en que tantas veces resonaron los míos, ó los quejidosy sollozos de las nuevas víctimas de la opresión.

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