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CAPÍTULO XIX. 161dian oponer la menor resistencia. Los gritos de guerra de que usabanen todo encuentro los sajones, se oyeron a! mismo tiempo enambas cuadrillas, porque los agresores eran de aquella misma nacion,y su ataque fué tan pronto y simultáneo, que parecieron masnumerosos de lo (pie eran en realidad.Los dos gefes sajones fueron hechos prisioneros al mismo tiempo,y eon circunstancias análogas á la índole de cada uno. Cedric,ai verse atacado por un enemigo, le arrojó la jabalina con muchomas acierto que á Fangs, y le dejó clavado á una encina que detrásse hallaba. En seguida, apretando espuelas al caballo, se dirigió йotro, sacando ai mismo tiempo la espada, y asestándola con tantafuria, que la hoja dio en una rama del árbol, á cuyo violento golpele saltó el acero de las manos. Al punto se apoderaron de él dos ótres bandidos, y lo obligaron á desmontar. Otro habia tomado poria brida al caballo de Athelstane, el cual se vio en tierra antes dehaber podido sacar la espada, ó tomado alguna precaución de deleusa.Los criados, embarazados por las acémilas, aterrados y sorprendidosal ver la suerte do sus amos, cayeron sin dificultad en poderde los salteadores : lariy llovería, que iba en medio de todos, y elhebreo y su hija (pie marchaban detrás, sufrieron la misma desventora.Uno solo se. escapó de. toda la comitiva, y este fué Wamba, ecual manifestó mi aquella ocasión mas presencia de ánimo, que losque creían aventajársele en sensatez. Apoderándose de la espadade uno délos criados, (pie no sabia que hacer con ella, se adelantócomo un león hacia los malvados, echó al suelo á los que se le acercaron,é hizo valientes aunque inútiles esfuerzos para socorrerá suseñor. Convencido entonces déla superioridad del número de losbandidos, bajó eon prontitud del caballo, se metió en los matorrales,y quedó fuera, del campo de batalla.Mas el intrépido bufón, al verse libre y seguro, tuvo mas de unavez la tentación de volver atrás, y participar de la cautividad deun amoá quien miraba con sincero afecto.•Los hombres no cesan de charlar, decia, de los bienes que acarreala libertad; mas yo ¡pusiera saber qué he de hacer á la horaesta con la mia.»Ai pronunciar estas palabras, oyó detrás una voz que lo llamabaeon mucha cautela ; al mismo tiempo le saltó encima un perro, la­11

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