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CAPÍTULO XXIV. 195oilga; y Satanás cargue con mis huesos uno á uno si salgo de aquíantes de haber hilado el copo de mi rueca.— A.nda á decirlo al amo si quieres, dijo el hombre; y se retiródejando á Rebeca en compañía de la vieja , ante la cual tan contrasu gusto habia sido traída.— ¿ Qué mil diablos es esto ? decia entre dientes, echando de cuan -do en cuando una mirada maliciosa á Rebeca; pero ya caigo. ¡ Bellosojos, cabellos negros y una tez blanca como la nieve ! Fácil esadivinar para que la envían á esta torre, donde bien puede gritary chillar, que así la oirán en el castillo como si estuviera á cien varasdebajo de tierra. Lechuzas tendrás por vecinas, hija mia, y contanto respeto oirán y tanto caso harán esos hombres de sus aullido>como de tus lamentos. ¡ Y es estranjera la buena moza! añadió observandoel ropaje y el turbante de Rebeca. ¿ Y de qué tierra eres ?¿Sarracena? ¿Egipcia? ¡Qué ! ¿no respondes? ¿ Lloras y no sabeshablar ?— No os enfadéis, buena mujer, dijo Rebeca.— iJasta, basta, repuso Urfrieda; que así se conocen los judío.-por el habla como la zorra por la huella.— ¡Por Dios santo te pido, esclamó Rebeca, que me digas quéeloque puedo aguardar de la violencia que conmigo se ha usado!I Van á quitarme la vida? Háganlo cuando quieran.—Tu vida, perla! respondióla sibila. ¿De qué les puede servir tuvida? Nada temas por esta parte. Lo que van á hacer contigo es loque Laclan antes con las doncellas sajonas. Aquí me tienes á mí;joven era yo, y dos veces mas hermosa que tú cuando Frente-debuey,padre (ie ese Reginaldo, tomó por asalto este castillo á la cabezade sus normandos. Mi padre y sus siete hijos defendieron sucasa solariega piso por piso y aposento por aposento. No habia unladrillo, no habia un escalón que no estuviese cubierto de sangre.Murieron en la demanda; todos ellos perecieron : y antes que estuviesenfrios sus cadáveres y seca la sangre que habían derramado.Labia yo caído en manos del vencedor , y era el escarnio de todosios suyos.— ¿No hay de dónde esperar socorro ? ¿ No hay medio alguno deescapar de aquí? dijo Rebeca. Cuenta con un cuantioso galardón.— No pienses en eso, dijo la vieja; de aquí nadie escapa, si no espor las puertas de la muerte; y estas siempre se abren tarde; añadiósacudiendo su blanca cabellera. Con todo, puede servir de con-

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