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CAFÍTULO xxxv. 305hombre ha cobrado tal ojeriza al pueblo de Israel, que con razóndebemos temerle. Dice cosas impías y falsas de la virtud de nuestrasmedicinas, como si fueran ensalmos y amaños de Satanás. ElSeñor lo confunda.— Sin embargo, repuso Isaac, tengo de ir á Templestowe, aunqueme echen los que lo habitan en un horno ardiendo.»Entonces esplicó á Natán el motivo de su espedicion. El Rabinole oyó con interés, y manifestóel dolor que le producía aquella desgracia,del modo en que solían hacerlo los de su creencia; desgarrandosus vestiduras, y esclamando: ¡Oh hija mía, hija mía! ¡Ohhija de Sion! ¡Oh cautiverio de Israel!—Ya ves, dijo Isaac, que el negocio urge, y que no puedo detenerme.Quizás la presencia de Lucas de Beaumanoir, que es eljefe, retraerá á Lrian de Bois-Guilbert de los atentados que medita,y le inducirá á restituirme la prenda que me ha robado.—Ponte en camino, hermano, dijo el Rabino, y ten prudenciaque fué la que salvó á Daniel en la cueva de los leones. Quiera e\Dios de Abraham que todo salga á medida de tus deseos. En todocaso, huye de la presencia de Lucas de Beaumanoir, que tiene particulardeleite en ultrajar y vilipendiar á los Isrealitas. Habla á solascon ese Bois-Guilbert, y quizás lograrás reducirle; porque lagente dice que esos nazarenos del preceptorio están divididos enbandos. Dios desbarate sus consejos. Pero, cuenta con que vuelvasá referirme el éxito de tu empresa, y que mires siempre esta casacomo la de tu padre. ¡Pobre Rebeca! la discípula de la sabia Miriam,de cuyas medicinas decían esos desacordados nazarenos queeran obras de nigromancia.»Isaac de York se despidió de su huésped, y al cabo de una horade marcha se halló á las puertas del preceptorio.Este establecimiento de los Templarios ocupaba el centro de unasvastas praderas, que el fundador habia legado á la orden. Estabai>ien fortificado, porque los Templarios nunca descuidaban estaprecaución, que ala sazón era de suma importancia, estando tanagitada y revuelta Ihglaterra. Dos alabarderos, vestidos de negro,guardaban el puente levadizo, y otros dos, con el mismo trage, sepaseaban á pasos mesurados sobre la muralla, pareciendo espectrosmas bien que hombres. Tal era el uniforme de los empleados inferioresde la orden desde que el uso del ropaje blanco, semejante alde los caballeros y escuderos, habia dado origen, en las montañas20

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