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60 IVANHOK.no habia llegado el momento de saber á quien pertenecían el tituloy el asiento.Entretanto se agolpaban los espectadores á los puestos que lesestaban señalados, resultando muchas disputas sobre quién debiaocuparlos; pero los guardas ponían término á estas rencillas, empleandosin gran ceremonia los mangos de las mazas y las guarnicionesde los aceros, como argumentos perentorios é irresistibles.Las dificultades suscitadas acerca de los asientos de las gentes dedistinción, se decidían por los heraldos ó por los maestres del campoGuillermo de Wyvil y Esteban de Martival, los cuales armadosdepunta en blanco, recorrían á caballo la palestra ;í fin de conservarel buen orden.Poco á poco se llenaron las galerías de nobles y de caballeros quevenían en trage de gala, y cuyos mantos contrastaban con los vistososadornos de las damas. El número de estas era mayor que elde los hombres, á pesar de ser tan peligroso y sangriento aquel génerode espectáculo. Til espacio interior y mas bajo se llenó muyen breve de hacendados, pecheros ricos, y de otras personas quepor pobreza ó por modestia no osaban aspirar á puestos mas elevados:y por consiguiente allí eran mas frecuentes las disputas ylas contestaciones.«;Perro judío! esclamó un anciano, cuya raída túnica indicabaei mal estado de su hacienda, al mismo tiempo que la espada, ladaga y 1» cadena de oro señalaban su gerarquía. ¡Hijo de perra!¿te atreves á empujar á un cristiano y á un normando de la sangrede Montdidier?»Dirigíase esta enérgica arenga á nuestro conocido Isaac, el cualrica y magníficamente vestido de una gabardina guarnecida degalón y forrada de pieles, procuraba hacer lugar en la primeralínea debajo de la galería á su hermosa hija Rebeca, que habia idoá juntarse con su padre en Ashby, y le daba á la sazón el brazo,con no pocos síntomas de susto 3' de inquietud, al ver el desagradogeneral que escitaba su petulancia. Isaac, aunque hasta ahora lehemos visto sobrecogido de temor, sabia que en la ocasión presenteno corría peligro su persona. En las concurrencias numerosas á queasistían también muchos de sus paisanos, ningún noble por vengativoó codicioso que fuera se hubiera atrevido á hacerle el menordaño. En aquellos casos los judíos estaban bajo la protección de losmagistrados; y si esto no bastaba, nunca faltaba entre losconcur-

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