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340 1VA.NH0E.nos crueles son ios moros con la raza de Jacob que los nazarenos deInglaterra.Isaac escuchó con toda la atención posible la carta que el Rabim:Ben Samuel habia leido; y después se abandonó á todos los estreñiosde su dolor, desgarrándose los vestidos, cubriéndose de polvola cabeza, á guisa de los orientales, y esclamando con la mas amarga aflicción: «¡Hija mia! ¡carne de mis carnes, y hueso de mishuesos!)i—Cobra ánimo, Isaac, le dijo el Rabino, que de nada aprovechala desesperación. Date prisa, y busca á ese Wilfrido, hijo de CedricQuizás te dará consejo y apoyo; porque el joven goza de la privanzay del favor de Ricardo, á quien los nazarenos llaman Corazon de León, y todo el mundo dice (pie ya ha vuelto de sus romerías.Puede ser que consiga del rey una carta con su sello, mandandoáesos hombres sanguinarios, que se abstengan de procederadelante en su inhumano designio.—Sí, dijo Isaac; voy á buscarle sin pérdida de tiempo, porque esun buen mancebo, y se compadece del destierro de Jacob. Pero, estáherido y no puede usar armadura,, y ¿quién otro osará encargarse de la defensa do la hija de Sion?—Hablas, dijo el Rabino, como si no conocieras á esas gentes.Con el oro comprarás su valor, como compras tu seguridad. Nodesmayes ni te detengas, y yo también me emplearé en tu bien,pues seria pecado dejarte abandonado á tamaña calamidad. Voy ála ciudad de York, donde hay reunidos ahora, con motivo délaspresentes revueltas, muchos guerreros y soldados; y no dudo queencontraré uno que convenga en pelear por tu hija. El oro es eiDios de esta nación, y por el oro empeñará la vida, como empeñasus alhajas y haciendas. Supongo que no tendrás inconveniente encumplir el contrato que yo celebre en tu nombre.—No lo dudes, hermano, dijo Isaac de York; y el cielo quieredarme socorro en esta aflicción Sin embargo, no promotas lo quete pidan desde luego, porque ya sabes que esa maldita gente pichpor arrobas, y fuego, si es preciso, toma por adarmes. Pero, haz leque quieras, porque yo no sé lo que digo con esa atroz pesadumbre.¿Y de qué rae servirían todos los tesoros del mundo, si he d

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