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CAPÍTULO XVI. 131Cl caballo empezaba ya á sentir la fatiga de tan larga jornada.\ el peso de un gincte que llevaba encima algunas libras de hierro:mas apenas conoció por la flojedad de las riendas los designiosiic su amo, cobró nueva fuerza y vigor; y en lugar del mal humory áspero gruñido con que hasta entonces había respondido ala espinela,envanecido con la confianza que se le dispensaba, enderezó¡as ..'rejas y apretó el paso, con indicios de satisfacción y seguridad.Tomó al principio una dirección contraria á la que ei ginete habíaseguido hasta entonces; mas este no quiso oponerse á lo que sutestudo le dictaba.El éxito justificó sus esperanzas, porque á poco trecho se presenil.'un sendero algo mas ancho y hollado que, los anteriores, y no•'ardo en oírse el sonido de una campana, lo cual indicaba la proximidadde alguna ermita ó capilla.En efecto, llegó muy en breve á un espacio abierto, vestido dem nudo césped, en cuya, estremidad, y al pié de una suave elevación,se alzaba en una roca solitaria y escabrosa. Ceñíanla por unlado frondosas colgaduras de hiedra, y por otro enmarañados gruposde encinas y matorrales, cuyas raices, buscando la humedad de,un profundo barranco, pendían desnudas del borde del precipicio,como la pluma del crestón de un guerrero, que engalana lo que dis-[derta ¡deas de destrucción y de peligro. En uno de los senos delfisco se distinguía una tosca y grosera cabana, apoyada en aquelmuro natural, y construida con los troncos que la seis a vecina suministraba,unidos con pegotes de musgo y greda. Un retoño deencina, despojado de sus ramas, con otro pedazo de madera atadohacia su estremidad superior, adornaba la entrada sirviendo de rústicoemblema de la santa Cruz. A poca distancia, y á la mano derechade la choza, se veía salir de la roca un manantial de aguacristalina, que eaia en una escavacion labrada en la piedra viva ,aunque sin gran artificio ni primor. Desprendíase de ella, y corríapor el cauce que con su mismo impulso había formado; y atravesandoen tortuosos giros la llanura, se perdia entro los frondosos senosdel bosque.Alzábanse junto á la fuente las ruinas de una humilde capilla, cuyotecho había desaparecido en parte. Nunca tuvo en sus mejorestiempos aquel edificio mas de diez y seis pies do largo, y doce deancho, el techo era proporcionalmente bajo, y se apoyaba en cuatrotíreos concéntricos, que arrancaban de los cuatro ángulos, sos-

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