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CAPÍTULO XX. 169—No lo dudo, respondió el caballero, porque estoy acostumbradoн leer en la fisonomía de los hombres, y en la tuya estoy leyendola honradez y la resolución. Nada mas quiero saber, sino ayudarteя poner en libertad á esos cautivos; después nos conoceremos mejoruno á otro, y creo que seremos amigos.—¡Con que tenemos un nuevo aliado! dijo Wamba, que habiendoacabado de vestir al ermitaño se habia acercado á Locksley, y oidolas últimas palabras de la conversación. Mucho me alegro, porqueel valor de este paladín es metal mas fino que la capucha del ermitañoy que la honradez del montero, el cual tiene trazas de serun caballero nocturno, como el anacoreta las tiene de socarrón camandulero.—Calla, Wamba, dijo Gurth; poco importa que sean fundadasi us sospechas. Cristiano viejo soy y creo en Dios á puño cerrado;pero si el mismo Satanás se ofreciera á darnos ayuda en este aprieto,temo que la aceptaría.»K! ermitaño estaba ya completamente armado de espada, broquel,arco, flechas, y una gran partesana al hombro: salió de la celda óla cabeza de Ь partida., echó la llave y la dejó debajo de la puerta., ¿Estás en aptitud de hacer algo bueno, le preguntó Locksley,ó corren todavía en tu mollera los raudales de vino de la canción?—Algo me hormiguean los cascos, respondió el anacoreta, y ódecir verdad, las piernas no están muy seguras; pero el agua deлап Dunstan hace prodigios, y ya verás cuan pronto se me pasao­Üicho esto, se aproximó á la concavidad do la roca, en que borí>ollabanlos cristales de la fuente, y se echó á pechos un trago,que á ¡loco nías la deja, exhausta.—¿Cuanto tiempo ha que no haces otro tanto? preguntó el de lanegra armadura.—Dos meses justos, dijo el ermitaño, que fué cuando se reventóla bota;c se fue lo que, contenía, y solo me quedó para apaciguaria sed esta prodigiosa fuente, producto de un milagro del Santobendito.»Después de haber bebido, se lavó el rostro y las manos, para purificarsede todos los restos do la francachela. Enarbolando entoncesla partesana, como si se hallara en frente del enemigo: ¿ Dóndeestán, esclamó, esos follones opresores de la inocencia., y robadores de nobles doncellas? Lléveme Luzbel, si no basto yo solo para,una docena de ellos.

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