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CAPÍTULO XIX. i 57mo efecto que en la mar la "bala roja, la cual después de hacer unpoco de espuma y ruido, se hunde y se apaga.Si dejando aquel empeño, que era lo mismo que machacar enhierro frío ó espolonear una muía cansada, Cedric volvía riendasal caballo y pasaba á conversar algún rato con lady Rovena, esperimentabanuevas incomodidades y contradicciones; porque supresencia interrumpía la plática que tenia aquella noble dama conElgita, su confldenta, acerca del valor y galantería de WilfrJdo;y la astuta criada, para vengarse y para vengar á su señora, sacabainmediatamente la conversación de la cuida y derrota de Athelstaneen el torneo, (pie era lo mas desagradable que podía llegará los oidos de Cedric. De modo, que por todos estilos la funciónhabia sido para él un encadenamiento de sinsabores, y nocesaba de maldecir interiormente el torneo, ei que lo había proclamado,y su propia necedad en haber concurrido á tan endiabladafiesta.Llegó la hora de mediodía, y Athclstane fué de opinión que sesteasela comitiva en un bosquecillo agradable, por el cual vagabasusurrando un arroyo cristalino. Allí descansaron y pastaron lascabalgaduras, y los viajeros dieron fin de las abundosas provisionesdebidas á la hospitalidad del Prelado. Duraron largo rato estasoperaciones; ele modo, que les pareció imposible llegar á Rotherwoodsin caminar una parte de la noche. Montaron á caballo, yempezaron á caminar algo mas aprisa que hasta entonces.CAPITULO XIX,Llegaron los viajeros ú ias cercanías de un terreno quebrado ymontuoso, y ya iban internándose en su hojoso, y espeso laberinto,peligroso como todos ios bosques en aquel tiempo, por el númerode bandidos á quienes la opresión y la pobreza habían dado las armasde la desesperación, ios cuales formaban numerosas cuadrillasque arrostraban sin temor el vano aparato déla autoridad publica.No obstante que se aproximaba la noche, Cedric y Athelstauo secreían seguros,por tener nada menos que diez criados en su escolta,sin contar á Curth y a V amba, de los que nada se podía espe-

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