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capítulo xiv. 125palaciegos de Juan; y la pomposa y ancha capa de los sajones soloescitaba burla y rechifla.Los huéspedes tomaron asiento en torno de una mesa cubiertaprofusamente de manjares, l.os cocineros que el Príncipe habiaempleado en aquella ocasión, mostraron todo su saber en variar lasformas de los guisos y asados, y sobresalieron quizás tanto comoios mejores artistas modernos en disfrazar el aspecto natural deaves, cuadrúpedos, legumbres y peces. Además do los productosdel suelo de Inglaterra, se sirvieron golosinas traídas de los paisesestranjeros, sin contar una gran colección de pasteles do diferentesclases, entre los cuales descollaban las tortas de dulces y deconservas, que solo se ponían entonces en las mesas de los másateospersonajes. La provisión de vinos era tan abundante, como ricay variada.'Pero, aunque amigos de buenos bocados, los normandos no eranoestemplados ni comilones. Gustaban de convites, pero en ellospreferían la delicadeza y la finura; y motejaban la glotonería y la'•mbriaguez de los sajones, como vicios peculiares de una raza degradaday humilde. El príncipe Juan, sin embargo, y los que creíanserle agradables imitando sus defectos, se abandonaban con frecuenciaá los escesos de la gula y de lo. botella; y la historia, diceque la muerte de aquel magnate procedió do un hartazgo de albérchigosy cerveza nueva. Su conducta en esta parte era una esceprioná las costumbres generales de sus compatricios.Los caballeros y nobles normandos observaban con afectada gra-\ edad, y mirándose entre sí con aire burlón, los groseros modalesde Cedric y Athelstane, que tan estrados y ridículos les parecían;mas ellos, que ignoraban la diversión que ofrecían ásus huéspedes,continuaban hollando las leyes mas fundamentales de la etiquetay de la buena crianza. Entonces, como ahora, no era tan mal vistauna infracción de las reglas de la hombría de bien y de la sanamoral, como el menor descuido contra el ceremonial que la modaestablece. Cedric, que se enjugó las manos en una toalla, en lugarde secárselas sacudiéndolas con afectados movimientos, como haeianlos pisaverdes de aquel siglo, no fué menos ridículo á los ojosdel concurso, que Athelstane cuando se engulló en un santiamén¡m enorme pastel, compuesto de los mas raros y esquisitos ingredientes.Esto incidente dio lugar á un menudo interrogatorio, delcual resultó que el franUln de Coningsburgo ¡como lo llamaban los

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