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oCAPÍTULO XXXIX. 349diluí' si aquellos en cuyo favor obró Jeovah tantos prodigios entrolas naciones, eran una cuadrilla de míseros usureros. Y sabe quepodemos contar muchos nombres, junto álos cuales los nobles quetanto orgullo os inspiran, son lo mismo que el hisopo comparadoal cedro; nombres cuyo catálogo sube á los tiempos venturosos enque la presencia Divina se mostró en un trono de querubines;nombres que derivan su esplendor, no de una raza terrena, sino deaquella voz formidable que congregó á nuestros padres para quefuesen testigos de las visiones celestes. Tales fueron los príncipe?de !a casa de Jacob.»Encendiéronse las mejillas de Rebeca al referir las glorias de supueblo: ¡icro muy en breve se cubrieron de palidez al añadir dandoun suspiro: oTales eran los príncipes de Jacob; pero no son así enel día. Han sidobollados como la yerba marchita,, y mezclados coi,la arena del camino. Sin embargo, judíos hay que no se avergüenzande tan alta genealogía, y de este número es la hija de Isaac,hijo de Adonikam. A Dios: no te envidio tus sangrientos honores;no te envidio tu bárbaro origen de los paganos del norte; noteenvidio esa fe que siempre está en tus labios, y nunca en tu corazónni en tus obras.— Por Dios que estoy verdaderamente hechizado, dijo Erian: elgran Maestre tiene razón; y la repugnancia con que me separo deti parece obra de un poder sobrenatural. ¡Hermosa criatura', dijeacercándoseá la judía; ¡tan joven, tan linda, tan impávida en presimeia de la muerte, y condenada á morir, y á morir con infamia,\ en medio de horribles tormentos! ¿Quién no llorará tu suerteV\ einte años hace que no se asoman lágrimas á mis ojos, y ahora se,humedecen al contemplarte. Pero debe ser: nada es capaz de salva:-fu vida. Tú y yo somos ciegos instrumentos de alguna fatalidadirresistible, que nos empuja y arrastra como los barcos en la.tormenta cuando las olas los sacuden y hacen chocar entre sí .y perecen.Perdóname, y separémonos amigos. En vano lio querido disuaclirte de tu resolución; pero la mía es inapeable como los decreto*que dimanan del destino.— Así es como, dijo Rebeca, los hombres achacan al destinóloque es efecto d.e sus indómitas pasiones. Yo te perdono, Bois-Guüherí,aunque eres el autor de mi muerte terrena. No puedo negareco hay gérmenes nobles en reanimo atrevido; pero es como e!jardín del perezoso, en el cual les raices se lian .apoderado del ter-

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