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CAPÍTULO XVI. 14;!El ermitaño lanzó á su huésped una espresiva mirada que manifestabaciertos recelos y dudas acerca de la confianza que podríahacer en su prudencia y discreción. Sin embargo, el rostro del caballeroindicaba toda la franqueza y toda la jovialidad que puedepintarse en la fisonomía do un hombre. Su sonrisa érala de la lealtady buena fé, de modo que el ermitaño congenió con él, y empezó á tratarse sin tanta afectación como al principio.Después de haberse mirado recíprocamente los dos comensales, eiermitaño pasó á uno de los rincones de su aposento, y abrió unapuertecilla que estaba disimulada con gran cuidado y no poco aríificio. Del seno del oscuro escondite á que daba entrada, sacó ungran pastel colocado en una desmesurada fuente de peltre. Péisolodelante del huésped, el cual valiéndose de su puñal, no tardó eninformarse de loque dentro se ocultaba.«¿Cuánto tiempo hace que estuvo aquí la última vez el buenguarda-bosque? preguntó el caballero á su huésped después de haberengullido algunos fragmentos menudos que se desprendierondel pastel al tiempo de cortarlo.—Habrá cosa dedos meses, respondió precipitadamente el anacoreta.Por la luz de los ('icios, dijoel caballero, que todo lo que veo aquíes milagroso. Juraría que el cabrito montes cuyos miembros llenanlo interior del pastel corria por estos bosques hace pocos días. •Quedó algo confuso el ermitaño al oir esta reflexión, y por otrolado ponia algo fruncido el gesto al ver la disminución del pastelen que el caballero estaba haciendo terribles estragos: ocupaciónen que no podia acompañarle, después de todo cuanto había dichoacerca de su abstinencia y frugalidad.a Yo he estado en Palestina, padre mió, dijo el caballero hacieitdo una ligera pausa, y me acuerdo de una costumbre que allí reina,y es que todo el que da do comer á un estraño, para seguridady confianza de osle, come de todos los manjares que le sirve. Lejosestoy yo de creer que sois hombre capaz de criminales designios:sin embargo, tendría satisfacción en que participaseis de mieolia.•—Para tranquilizar vuestros escrúpulos y sin ejemplar, quierodaros ese gusto y salir por una vez de mi regla.» Esto dijo el ermitaño,y como id tenedor era utensilio desconocido en aquella época,clavó inmediatamente los dedos en el pastel.

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