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CAPÍTULO XXXVII, 321»dignidad, que las hijas de su pueblo no se descubrían cuando estabansolasen una reunión de estranjeros. La suavidad de su voz escitó en la audiencia un movimiento de interés y de compasión.Pero Beaumanoir, que so jactaba de saber comprimir todos les sentimientosnaturales, opuestos, en su entender, al cumplimiento desu obligación, repitió con tono severo el mismo mandato. Losguardias iban á arrancar el velo á lajudía, y esta se dirigió al granMaestre, y le dijo: «no por el amor de vuestras bijas, que ya sé quinolas tenéis: pero por amor de vuestras madres y hermanas, y porel honor de su sexo, no permitáis que pongan esos hombres las manosen la persona de una pobre, doncella indefensa. Os obedeceré,añadió con una espresion de paciencia y de amargura, que casisuavizó el corazón del mismo Beaumanoir: vosotros sois los ancianosde vuestro pueblo, y por consiguiente los defensores del inocente jdel oprimido.»Quitóse el velo, y miró á sus jueces con rubor, pero con dignidad.Su estraordinariabelleza escitó un murmullo de admiración: ylas miradas que so echaban unosá otros los caballeros jóvenes dallaná entenderque la justificación de Brian consistía mas bien eulas gracias de la acusada que en sus sortilegios. Pero Higg, el hijode Snell. no pudo resistir á la impresión que hizo en él la vista de laque le había restituido la salud. «Dejadme salir, decía á los guardiasdéla puerta; dejadme salir, que yo he tenido parte en su pérdida,y no puedo fijar los ojos en ella.—Silencio, buen hombre, dijo Rebeca al oir estas palabras: nopuedes hacerme daño, puesto que no has dicho mas que la verdad,u¡ salvarme cou tus quejas y lamentaciones. Silencio; retírate, ypiensa en tu seguid iad.»Aun no habian sido oidas las deposiciones de los dos partidariosde Frente-de-Buey, á quienes Malvoisin habia dado de antemanolas instrucciones necesarias. Aunque eran hombres toscos y endurecidosen la vida militar, dieron muestras de vacilar en su propósito,cuando vieron la juventud y la hermosura de aquella des venturada; pero una seña espresiva del preceptor de Tcmplestoweles hizo volveren sí. Dieron su declaración con una individualidadque hubiera sido sospechosa á jueces de otro temple, refiriendocircunstancias comunes y naturales en sí mismas: pero capacesile inspirar dudas y recelos al tribunal y al auditorio, seapor los exagerados pormenores, sea por los siniestros comentarios

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