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CAPÍTULO XXIV. 199nos, que tan bien te sientan , quisiera cubrirte el cuello con todosios diamantes y perlas de Turquía.—¿Qué quieres de mí, preguntó Rebeca, si no es mi riqueza? Nadapuede haber común entre los dos: tú eres cristiano y yo judía.¿ Que relaciones puede haber entre los dos ?—Las de puro amor y no mas, y así te quiero amar. Soy caballerotemplario. Mira la cruz de mi orden.—¡ Te atreves á ostentarla en una ocasión como esta ! dijola Israelita.¿Quieres injuriar á un mismo tiempo á tu religión, á tu estadoy a tu persona ? ¿ No te horrorizas de presentar el símbolo massagrado para los "cristianos en el mismo instante en que intentasobrar como hombre irreligioso y vil esclavo ? i Qué; tan poco te,niportan tu honor, tus votos y tus promesas !»Al oír esta reconvención se inflamaron de cólera los ojos deltemplario. «Oye, Rebeca, le dijo: hasta ahora te he hablado con dulzura; de ahora en adelante te hablaré como vencedor. Eres micautiva y te he conquistado con mis armas. Estás sujeta á mi voiuntadpor la ley general délas naciones y no cederé una pulgadade mi derecho , ni hay poder humano que me estorbe tomar portuérzalo que rehusos ámis súplicas.—Detente, dijo Rebeca ; detente y óyeme antes de arrojarte ácometer ese horrible pecado. Podrás abusar de mi fuerza, puesto queLíos crió débil á la mujer : pero mi voz te proclamará villano ymalsín de un cabo de Europa á otro. Si hay quien mire con indiferenciala deshonra de una doncella inocente , nadie mirará sinhorror el crimen que meditas.»El Templario conocía la verdad de cuanto decia Rebeca. «Notetaita penetración, judía, le dijo, después de haber reflexionado ensus últimas espresiones ; pero mucho has de gritar para que tuvez llegue á uidos de alma viviente. Quejas, lamentos, insultos, invocacionesá la justicia, todo se queda aquí dentro , nada sale delrecinto de estos muros. Una sola cosa puede salvarte, Rebeca ; sométeteala suerte y yo te pondré en tal estado, que las mas encopetadasde las normandas tengan que humillarse ante la queridade la mejor lanza.— ¡ Someterme á mi suerte! esclamó Rebeca. ¡Sagrados cielos!¿ A. qué suerte ? ¡Cobarde guerrero ! Yo te escupo , y no temo tusamenazas. El Señor que protege la inocencia ha acudió al socorrode su hija, yme saca de este abismo de infamia.»

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