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216 IVANHOE.ya iba á estallar su enojo, la vieja Urfrieda, á quien elejamos en laescalera de la torrecilla.«¿Qué es esto, mi alma? dijo con agria voz y asperísimo tono ála que estaba hablando con Cedric. ¿Así pagas las bondades que hetenido contigo? ¿Abandonando al pobre herido que puse átu cuidado?¿Y obligando á este santo varón á que se ponga como un afuria para desembarazarse de las importunidades de una judía?—¡Judía! esclamó Cedric, aprovechándose de aquella ocasiónpara salir mas pronto del paso. Apártate, mujer; apártate pronto.Tu sola presencia amancilla.—Venid por aquí, padre mió; dijo la vieja, que no sabéis las entradasy salidas del castillo, ni podéis dar un paso en él sin conductor.Venid, que tengo que baldaros. V tú, bija de raza maldita,vuelve al cuarto del enfermo, y aguárdame allí. ¡Pobre de tí si teapartas de su lado sin mi.permiso!»"Rebeca obedeció á la vieja, de quien á fuerza de importunidadeshabia conseguido antes que la dejase salir de la torre; y Urfrieda.creyendo imponerle una tarea enojosa, la obligó á cuidar al prisioneroherido; encargo que la hebrea aceptó con mucho gusto. Convencidade la crítica situación en que este se hallaba, y deseosa deaprovecharse de todos los medios que se le ofreciesen para mejorarsu suerte común, Rebeca aguardaba algún auxilio del religioso,que según las noticias dadas por Urfrieda, había penetrado en elominoso castillo. Salió al pasadizo para esperarlo, é inducirlo á queentrase en el aposento de Ivanhoe: y vahemos visto cuanto se frustraronsus intenciones.CAPITULO XXVII.Cuando Urfrieda, á fuerza de gritos y amenazas, hubo reducidoá la»judía á volver á la nueva prisión que le habia señalado, condujo á Cedric, aunque contra la voluntad de este, á otra pieza, cuyapuerta cerró por dentro, con gran misterio y precaución. En seguidasacó de una alacena dos copas y un jarro de vino; y dijo,mas bien en tono de afirmación que de pregunta: «padre, tú eressajón; no puedes negarlo:" y continuó, viendo que Cedric no se

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