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74 IVANIIOE.cíanos se hablaban al oído, deplorando la decadencia del espíritumarcial, tan diferente del que reinaba en su tiempo, atribuyéndoloen gran parte á la escasez de damas hermosas, como las queen su juventud coronaban en las justas á los vencedores. El principoJuan daba ya las disposiciones necesarias ¡tara que se sirvieseel banquete, y hablaba de adjudicar el premio á Brian de Bois-Guilbert, que con una sola lanza habia desmontado dos caballeros,y maltratado á otro.Al fin, cuando la música de los sarracenos terminaba una deaquellas largas fanfarrias con que, habia interrumpido el silenciogeneral, se oyó en la parte opuesta el eco de una sola trompeta querespondía al desafío. Volviéronse los ojos de todo el concurso alnuevo campeón, y no bien se habían abierto las barreras, cuandose presentó en medio de la arena. Parecía, en cuanto podia conjeturarsedo un hombre enteramente cubierto de hierro, persona demediana estatura, y no muy fuerte ni robusto. Su armadura erade acero, con ricos adornos de oro; y la divisa de su escudo, unaencina tierna, arrancada por las raices, con el mote español: .Besheredado.»Montaba un gallardo caballo negro, y al dar la vueltapor lo interior de las vallas, saludó cortesmente al Príncipe y alasdamas, inclinando con gracioso ademan la punta de la lanza. Ladestreza con que manejaba su caballo, y cierto aire juvenil que denotabasu talante, le grangearon el favor de ios espectadores; muchosdo los cuales, particularmente de la gente ordinaria, le gritaban:«Toca el escudo de Ralfode Vipont... toca el escudo del.Hospitalario. Son los menos seguros á caballo: mejor saldrás conellos que con los otros.»til campeón, marchando pausadamente en medio de esta gritería,subió á la plataforma por el paso que conducía á ella desde elpalenque, y con estrañeza de todos los concurrentes marchó en línearecta al pabellón del centro, y tocó con la punta de la lanzael escudo de Brian de Bois-Ouilbert, cuyo sonido retumbé'en todoel ámbito de la palestra. Esta arrogancia causó general admiración;mas nadie pareció tan atónito como el mismo caballero, retadopor aquella señal á mortal combate.«¿Os habéis confesado, hermano, dijo el Templario, ó habéis oidomisa esta mañana, puesto que con tan poca ceremonia queréis esponerla vida?—Mas pronto estoy á arrostrar la muerte que tú, respondió e!

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