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CAPÍTULO XLIV. 399—¿Ser huésped donde he sido amo? dijo el templario: nunca.Hermanos, entonad el salmo Quare fremuericni gentes. Caballeros;escuderos, dependientes de la santa Orden de los caballeros delTemple, preparaos á seguir la bandera de Baucan.»El gran Maestre habló con una dignidad que sorprendió á Ricardo,y escitó las esperanzas y el valor délos Templarios. Todos acudieroncerca de su persona, como las ovejas al perro que las guarda,cuando oyen el aullido del lobo. Mas no imitaron la timidez;del rebaño indefenso; sus gestos y miradas indicaban los deseosque teniau de venir á las manos con un enemigo, á quien sin embargono osaban provocar de otro modo. Formaron en breve unespeso bosque de, lanzas, en que sobresalían ios mantos blancos delos caballeros por entre el negro conjunto de sus subalternos, comolos bordes de una nube tenebrosa cuando reilejan los rayos del sol.La muchedumbre, que desde el principio de esta escena habia alzadoel grito contra los Templarios, miró con algún terror aquelformidable cuerpo de guerreros esperimentados, á quienes habían,insultado tan temerariamente El tropel enmudeció, y se retiró &cierta distancia.El conde iie Esscx, cuando los vio formados con tanto orden y en.tan considerable número, apretó espuelas al caballo, y corrió portodas partes dando las órdenes que creyó necesarias á fin de evitaruna sorpresa. Ricardo solo, como si se complaciese en el peligroque 61 habia provocado, se adelantó hacíalos Templarios, gritándoles:« ¿Qué es eso, señores Templarios? ¿rio hay uno entre vosotrosque quiera romper una lanza con Ricardo de Inglaterra? Enpoco tenéis á vuestras damas, si rehusáis pelear conmigo por suhonor.»El gran Maestre se separó de los suyos, salió al encuentro á Ricardo,y le dijo: «Los hermanos del Temple no pelean por tan profanosmotivos. En mi presencia no peleará contigo ninguno de missubditos. Los príncipes de Europa decidirán entre tú y yo, y elloste harán saber si conviene á un monarca cristiano adoptar la causapor la que tú lias querido pronunciarte. Kos retiramos sin ofenderá nadie, si no somos ofendidos. A tu honor confio las armas, y otrosefectos que, dejamos en el preceptorio, yá tu conciencia el encargode responder del escándalo que has dado hoy á la cristiandad.»Al decir esto, y sin esperar contestación, el gran Maestre dio iaorden de marchar: las trompetas tocaron una marcha oriental, que

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