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2У0IVANHOE.gusto de esas postraciones á la turca. Arrodíllate delante de Dios?y no delante de un pobre pecador, como yo soy.— Aquí tienes á uno, dijo el Prior, que puede mucho con Briaude Bois­Guilbert. Entendámonos , y haré cuanto pueda porque tesea devuelta tu hija.;Isaac lanzó un profundo suspiro , alzó las manos al cielo , y seabandonó á los escesos de su dolor. Locksley lo llamó aparte.«Piensa bien, le dijo, lo que vas á hacer en este negocio. Sí quieresseguir mi consejo , halba al Prior. Es ambicioso , ó á lo menosnecesita tener barro á mano para sus profusiones. Fácilmente podrássatisfacerlo ; y no creas que me alucinas con esa fingida pobreza.Conozco basta las barras del arcon de hierro en que guardastus talegas. ¿ Qué es del manzano que tienes en el jardín deYork , y de la piedra que está debajo, y que sirve de entrada á unescondrijo? El judío al oir esto quedó pálido como la muerte. Pero'nada temas, continuó el capitán • años hace que nos conocemos.¿Te acuerdas del montero que tu hermosa hija sacó de la cárcel deYork, y que estuvo en tu casa hasta que restableció su salud? ¿ Teacuerdas de la pieza de oro que le pusistes en la mano cuando sedespidió de tí? Aunque eres un afortunado usurero, jamás empleastestus fondos á mas altos intereses ; puesto que aquella cortacantidad te ha producido hoy nada menos que quinientas coronas.—¿Eres tú Dicon Tira­el­arco? preguntó Isaac: por el Idos deIsrael que me pareció haber conocido tu voz.—Yo soy Dicon Tira­el­arco, respondió el Capitán, y soy tambiénLocbsley, y todavía tengo otro nombre mejor que todos esos.—Pero, antes de todo, dijo el judío, debo decirte (pie te engañasencuanto alo de la piedra y el manzano. Así me ayuden los Profetas,como es cierto que allí no hay mas que algunas frioleras depoco valor; y si quieres, las partiré do buena gana contigo; cienvaras de paño verde para gabanes, como los que usa tu gente;cien estacas de boj de España, y cien cuerdas de seda, duras, fuertesy bieu torcidas. Dispon á tu gusto do todo esto, con tal (pie nohables á alma viviente del manzano ni de la piedra, querido Dicon.—IS'o desplegaré los labios sobre el asunto, dijo el Capitán; y encuanto á tu hija, cree que me duele su situación. Pero ¿qué he dehacer? Las lanzas de los Templarios pueden mas que nuestras flechas,y lo mismo nos barrenan que telarañas. Algo hubiéramos hechopor tu hija, si antes hubiéramos sabido su aventura; mas abo­

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