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CAPÍTULO XXIII. 187única pieza de la casa que había parecido digna de servir de habitaciónÁ la heredera sajona, ALA que dejaron sola, abandonada á lasMeditaciones que su suerte debia inspirarle hasta que estuviesenpreparados los actores (pie debían tomar parte en aquel infamedrama. Todas estas disposiciones habían sido trazadas en una conferenciaque tuvieron Frente-de-buey, el Templario y Bracy, en elcual, después de largo y acalorado debate sobre las ventajas peculiaresque cada uno quería sacar de la parte que habia tomado en laempresa, quedaron al lin de acuerdo sóbrela suerte de sus desventuradasvíctimas.Era ya cerca de la hora de medio dia, cuando Bracy, en cuyo favorse habia fraguado en su principio aquel atentado, empezó á poneren ejecución los designios que habia concebido para apoderarsede la mano y de los bienes de lady Kovena.Sin embargo, no se ocupó todo el intervalo de que hemos hechomención en el consejo de los caudillos; porque Bracy habia empleadoalgún tiempo en adornarse con todos los primores de las modasque entonces reinaban. Habían desaparecido lamascarilla y el gabánverde. Su larga cabellera caía en trenzas sobre las pieles delvestido, el cual era una túnica que no pasaba de las rodillas, sujetacon un cinturon cubierto de bordados y realces de oro, de la quependía una espada de extraordinarias dimensiones. Ya hemoshecho mención de la estravagante hechura de los zapatos que usábanlosgalanes de aquel tiempo; y las puntas de los de Mauriciode Bracy podian apostárselas con las astas de ciervo mas largas yretorcidas. Tal era el gusto reinante; y en la ocasión deque vamoshablando, realzaban el efecto del atavío la buena presencia y gallardocontinente del que lo llevaba, cuyos modales tenían la granade un cortesano y la franqueza de un militar.Saludó á lady Kowena quitándose el gorro de terciopelo, al que•ervia de broche un medallón que representaba á san Miguelhollando la cerviz del Príncipe de las tinieblas; y con el mismoHIZO seña ALA dama que tomase asiento; mas como ella permanecíam pié, el caballero se quitó el guante de la mano derecha, y se la¡ resentí) en ademan de conducirla al sillón inmediato. Revena•vi¡ usó con gesto majestuoso la oferta.—Si estoy, dijo, en presencia de mi carcelero, como no puedo• •(darlo, me conviene permanecer en esta situación hasta saber le- mrte que me está reservada.

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