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CAPÍTULO i--&íentre el Templario y el caballero Desheredado : ¡como trata al pobrecaballo! ¡Un caballo que ha sidotraidoá tanta costa nada menosque de las arenas de Arabia! y arrearlo como si fuera asno de yesero!¡Y la armadura que ha costado tantos zequines á José Pereirsel de Milán, además del setenta por ciento de ganancia! Lo mismocuida de ella que si la hubiera encontrado en medio del camino.—¿Cómo queréis, respondió Rebeca, que cuide del caballo y de la,armadura, cuando tiene que cuidar de sus miembros , espuestos átan formidables golpes.—Muchacha, dijo Isaac , calla, que no sabes lo que dices. Lo?miembros de su cuerpo son suyos propios , y puede hacer con elloslo que se le antoje; pero el caballo y la armadura son de... ¡SantoJacob! ¿qué iba yo á decir? Con todo eso, es un gallardo manceboMira, Rebeca , ahora va á pelear con el filisteo. Pídele á Dios quele saque con bien , y también al caballo y á la armadura. ¡Dios diluíspadres! esclamó de pronto... ganó, y el incircuuciso filisteo hacedido al empuje de su lanza, como Og rey de Bashan, y Sihonrevde los Amoritas cayeron bajo la espada de nuestros padres. Seguramente son suyos los despojos del vencido : el oro y la plata, y ff.caballo, y la armadura de acero y de bronce.»Con la misma ansiedad estuvo observando el buen judío todos lo>otros lances del torneo, sin desperdiciar ocasión de calcular la gs -nancia que podia sacar el Desheredado de cada combate en que salia victorioso. Así que, como hemos visto, también los espectadoressituados debajo del balcón enfrente del cual se había parado , mmostraron interesados en su suerte.Sea indecisión , sea cualquier otro motivo de duda, el campeouse mantuvo inmóvil por espacio de mas de un minuto, en tanhque las miradas de los silenciosos espectadores estaban clavadas ensu persona. En seguida se adelantó respetuosa y pausadamentehacia el balcón , y puso la corona que llevaba en la punta de lalanza á los pies de lady Rowena. Al instante tocaron las trompetas.,y los heraldos proclamaron á la hermosa sajona Reina de la hermosuray del amor para la fiesta del siguiente día, amenazandocon graves penas á los que se mostrasen rebeldes á su autoridad.Repitieron después los gritos de largueza, largueza; & que respondióCedric lleno de orgullo y satisfacción, esparciendo profusamentemonedas de oro y plata. Athelstane hizo lo mismo, aunquetardó algún tiempo en decidirse.

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