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CAPÍTULO XXVII.21Tdaba prisa á responderle: «los acentos de mi lengua nativa sonsuaves ;í mi oído, aunque raras veces los oigo sino en boca de esosmiserables siervos, á quienes los feroces Normandos abruman decadenas y de ignominia. Eres sajón y hombre libre, salvo del serviciode Dios. Tus acentos me llegan al alma.—¿Nunca vienen eclesiásticos sajones á este castillo? preguntó'• 'edric. Obligación suya es socorrer y amparar á sus desventuradoscompatriotas, oprimidos por el yugo de los conquistadores.—No vienen, respondió la vieja; ó si vienen es muy rara vez. Digoesto, porque lo be oblo, que yo por mi parte no he visto aquí otroeclesiástico ipie el capellán normando: pero ya hace muchos años¡pie murió. Dejemos esto; y pues eres sajón, como no puedo dudarlo,deja que te haga una pregunta.—Soy sajón, respondió Cedric; pero indigno del título de sacerdote.Nada puedo decir; y es inútil que te molestes en preguntarme.Déjame pues salir de aquí lo mas pronto que pueda: notardaré en volver ó en enviarte un compañero mió, si tal es tudeseo.—Detente, que no abusaré de tu paciencia, dijo Erfrieda. La tierratria abogará muy en breve mi voz, y no quiero bajar á su lóbregamorada sin dejar quien conserve mi memoria, y refiera missucesos. Horribles son, espantosos; y necesito cobrar fuerzas paracontarlos. Al decir esto, llenó una copa de vino, y la bebió con tantaavidez, como si la aquejara el ardor de una fiebre violenta. Embrutece,dijo después de haber bebido; pero no alegra. Echa untrago, padre mió. si quieres oírme, sin que se te ericen los cabellosi edric hubiera rehusado de buena gana aquel convite, mas no seatrevió á resistir á los gestos violentos que la, vieja le hacia. Bebióuna copa llena; y Urfrieda, algo mas tranquila con esta condeseendenoia. volvió á tomar la palabra:«No be nacido, padre mió, en la, miserable condición en quemeves ahora. Luí libre, feliz, noble, amada, y amada muy de verasAhora soy esclava, desventurada y envilecida. Serví de juguete álas pasiones de mis opresores, mientras fui hermosa; ahora soy objetode su desprecio y de. su rencor, ¿lis de estrañar que aborrezcaai género humano, y sobre todo, á la raza execrable que me hatrashumado de lo que fui, en lo que soy? ¿Puede olvidar la míseradecrépita que tienes á la vista, y cuya rabia solo puede exhalarseen impotentes maldiciones, que su padre fué el dueño de este cas-

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