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CAPÍTULO XXXVIIlinearal enemigo, y que Beaumanoir juzgó mas oportuno en aquellaocasión. Aquellos ecos majestuosos, repetidos por cien voces acostumbradasá entonar los loores del Altísimo, subieron á las bóvedasdel salón, y se esparcieron entre sus arcos, con un ruido semejanteal que produce una remota cascada.Cuando cesaron los cantos, el gran Maestre echó otra mirada entorno del concurso, y observó que uno de los asientos de los preceptores estaba vacío. Brian de Bois-Guilbert, que debía ocuparlo,se había colocado en la estremidad de uno de los bancos destinadosá los caballeros. Ocultábase en parte el rostro con un pliegue desu manto, y con la otra mano empuñaba la espada; divirtiéndose áveces en escribir con la punta envainada en el tablazón del pavimento.« ¡ Hombre desventurado! dijo el gran Maestre, después de haberle lanzado una mirada de compasión. Ya ves, Conrado, cuantole abruma esta obra. Mira á que estado se halla reducido un valiento y digno caballero por las miradas de una mujer, á quienha prestado su sabiduría el enemigo común. Ni se atreve á mirarnos, ni osa lijar sus ojos en la que, ha causado su ruina. ¿Sabes loque está formando con la punta de la espada? Letras cabalísticasque ie, sugiero el Demonio. Quizás es un pacto fraguado contra mivida: pero yo lo miro con desprecio.»Después de este diálogo, que el gran Maestre tuvo aparte con suconfidente y amigo Conrado de Mont-Fitchet, alzó la voz, y dirigióestas palabras á la asamblea.« Reverendos y valientes hombres, caballeros, preceptores y compañerosde esta Orden, hijos mios y hermanos, vosotros bien nacidosy piadosos escuderos, que aspiráis á llevar la honrosa distinciónde la Cruz, y vosotros cristianos, mis hermanos en eiSeñor, séaos notorio que tenemos suficiente, autoridad y jurisdicciónpara proceder al acto solemne de que vais á ser testigos; porque,aunque indignos de tanto honor, se nos ha cometido con estebastón la facultad de juzgar y sentenciar en todo lo relativo á laconservación de nuestra santa Orden. En estas reuniones, es nuestraobligación oír el dictamen de nuestros hermanos, y procedesegún nuestro propio juicio. Pero cuando el lobo se ha introducidoen el rebaño y arrebatado una de sus ovejas, el buen pastor reúneá todos sus compañeros para que aperciban arcos y hondas, y arrojeny destruyan al enemigo: lo cual está de acuerdo con la divisa

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