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CAPÍTULO XXXII. 283palabras hicieron mella en tí, y por mas señas que prometiste cedermetodos tus bienes.—Así logre yo lo que deseo, esclamó el judío, mas asustado quenunca, como es cierto que semejantes palabras no han salido demis labios. ¿Qué ha de dar quien nada tiene? Quizás ni aun hijatengo á la hora esta. Compadeceos de mi suerte, buenos señores,y dejadme ir á llorar mis cuitas.—No, dijo el ermitaño; si no cumples tu promesa debes hacerpenitencia: y diciendo estas palabras alzó la alabarda, y ya iba ádescargarla sobre el pobre Isaac, cuando le detuvo el caballero deli 'andado.—Por santo Tomás de Canterbury! dijo el fingido ermitaño, resentidode esta acción, que yo te enseñaré á meterte en negocioságenos, por mas fuerte que sea esa olla de hierro que te cubre los'•ascos.—No te enfades; respondió el caballero; ya sabes que somos compañerosy amigos.—No hay mas amigos, dijo el ermitaño.—¿Cómo es eso? repuso el caballero, que parecía tener gusto particularen provocar á su huésped. ¿Has olvidado que yo fui quiente indujo á quebrantar el voto de abstinencia, con el pastel y el pellejode marras?—Es verdad, dijo el ermitaño, y si entonces te hice aquel regaloahora estoy dispuesto á hacerte otro que no te ha de saber á almendras.Y diciendo esto le amenazó con el puño cerrado.—No lo acepto, dijo el de lo Negro, á menos que tú resistas miumlpe si yo resisto el tuyo.—Manos á la obra, dijo el ermitaño.—Hola! gritó el Capitán: peleas debajo de la encina que es nuestrocuartel general.—No es pelea, dijo el caballero, sino una chanza amistosa. Yaya,amigo, da si te atreves, y aguanta si puedes.—(tran ventaja tienes en el puchero que te guarece la cabeza,dijo el ermitaño; pero de nada te valdría, aunque fueras el mismoGoliat.»Desnudóse al decir esto el brazo, y haciendo un vigoroso esfuerzo,lanzó al caballero un puñetazo que hubiera podido derribará untoro. Mas su adversario se mantuvo Arme como una roca. Eosmonteros admiraron y aplaudieron su estraordinaria fortaleza..

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