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CAPÍTULO XXXIX. .551oscuridad, de las cadenas y de una cama de paja. Desengáñale: 6peleas ó quedas deshonrado.—Huiré, amigo Malvoisin, dijo Brian de Bois-Guilbert; huiré ápaíses remotos. Ni una gota de sangre de esta hermosa criaturaserá derramada por mi intervención, ni con mi consentimiento.—No podrás huir, dijo el preceptor, porque ya tu conducta haescitado sospechas, y te será imposible salir del recinto de estasmurallas. Haz la prueba: preséntate á la puerta; manda que echenel puente, y verás lo que te responden. Ya veo que esta noticia tesorprende y agravia: pero ¿no es mucho mejor para, tí que así sea?¿duales serian las consecuencias de tu fuga? La deshonra de tusarmas; el envilecimiento de tu nombre y de tu familia; la pérdidade tu dignidad. ¿Dónde podrán ocultarse tus compañeros de armas,cuando Brian de Bois-Guilbert, la mejor lanza de la Orden,sea proclamado infiel y cobarde, en medio del escarnio y de las risasdel populacho? ¿Qué se dirá en la Corte de Francia? ¿Con cuantasatisfacción no sabrá, el altivo Bicardo que el caballero que lelió tan malos ratos en Palestina, y que iba ya oscureciéndole la.fama, ha perdido la suya por una mozuela judía, á quien no pudosalvar, ni aun ¡i costa de tanto sacrificio?—Malvoisin, te doy las gracias, dijo Brian: has tocado la cuerdamas sensible de mi corazón. Venga lo que viniere, el dictado décobarde no se agregará jamás al nombre de Bois-Guilbert. ¡Ojaláse presentara al combate el mismo Bicardo ó alguno de sus favoritos!Lo peor es que nadie acudirá á defender á esa infeliz; nadiese espondrá á romper una lanza por la inocente abandonada.—Mejor para tí si así sucede, dijo el preceptor. Si Rebeca no tienecampeón, no es culpa tuya, ni se te puede atribuir su muertesino al gran Maestre.—Si no hay campeón, dijo Bois-Guilbert, todo el papel que tengoque representar es salir á caballo enmedio del palenque; pero sintener parte alguna en lo que se hará después. Me mantengo en lodicho; me ha despreciado; me ha rechazado; me ha cubierto dedicterios. ¿Y por qué le he de sacrificarla opinión en que los otrosme tienen? Alberto, saldré al combate: no lo dudes.»Al decir esto salió del aposento, y Malvoisin le siguió para observarlede cerca y confirmarle en sus resoluciones. Interesábaseen la suerte de su amigo, no solo por lo que él esperaba, sino tambiénpor la recompensa que aguardaba en virtud de las promesas

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