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CAPÍTULO XLIV. 401La judía, cuya suerte había sido el objeto del interés general enlos diferentes sucesos de aquel dia, pudo retirarse sin que nadie loechase de ver,porque la atención de todos los espectadores se habiafijado en la llegada repentina y en el belicoso acompañamientodel caballero de las negras armas. Reconocido ya por el pueblo,oyéronse por todas partes las mas ruidosas aclamaciones.«¡Viva Ricardo de Inglaterra, Corazón de león! ¡Mueran los usurpadoresTemplarios!—A pesar de todas estas demostraciones de afecto y lealtad, dijoIvanhoe al conde de Essex: bien ha hecho el Rey en venir en tucompañía y en la de tus fieles y valientes partidarios.»El Conde se sonrió, como si conviniera en la observación deYVilfrido:sin embargo, no qiuso confesar que fuesen justos sus recelos.«Conociendo tan á fondo á nuestro amo, le respondió, ¿le juzgascapaz de tomar esas precauciones? la casualidad ha querido quecuando me dirijia á York, por tener noticias del armamento delpríncipe Juan, encontrase á Ricardo, solo, como un caballero andante;y creo que su intención era acometer esta aventura de lajudía y del templario.—¿Y qué noticias tenemos de York? preguntó Ivanhoe. ¿Creestú, noble conde, que nos resistirán los traidores?—Como la nieve resiste al fuego, respondió Essex. Ya se estándispersando como bandada de aviones. ¿Sabes quién ha venido enposta á traernos la noticia? El mismo príncipe Juan.—¡Traidor! desagradecido, insolente traidor! esclamó 'Wilfrido.¿No le mandó echar Ricardo una cadena de veinte arrobas?—No por cierto, dijo el conde. Lo mismo le recibió que si le hubieradado cita para correr liebres. Ya ves, le dijo, llamándole laatención á la gente que yo habia conducido, ya ves, hermano, loque traigo conmigo. Anda á ver á nuestra madre; hazle presentemi cariño y sumisión. Quédate en su compañía hasta que se apacigüenestas revueltas.—¿Y" no hubo mas? dijo Ivanhoe. No parece sino que Ricardo convidaá los rebeldes con su clemencia.--Como el hombre, dijo Essex, convida á la muerte cuando peleateniendo abiertas sus heridas.—Ya te entiendo, señor conde, dijo Ivanhoe; pero y o no espongomas que mi vida, y Ricardo espone la seguridad de su reino.—Los que desprecian su vida, dijo el conde de Essex, no suelen2G

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