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CAPÍTULO XXXVIII. 333Al decir esto, tomó un guante, y lo arrojó delante del granMf estre, con un ademan sencillo y majestuoso, que eseitó generalmentela admiración y la sorpresa.CAPITULO XXXVIII.La conducta de Rebeca durante el proceso interesó vivamente ¡irodos los que la habían presenciado, y aun hasta al mismo Lúeasde Beaumanoir. Su índole no era naturalmente cruel ni severa, perocon pasiones frias y con una idea exaltada de sus deberes, sucorazón se habia endurecido lentamente á fuerza de combates , ydel hábito de ejercer un poder sin límites. Ablandóse, notablementela aspereza de su fisonomía, al considerar aquella hermosa criatura,sola, desamparada, y que al mismo tiempo se habia defendidocon tanto valor y firmeza. Dos veces se levantó como para preservarsede aquellos impulsos de ternura, tan impropios de un corazónque en semejantes circustancias solía revestirse de la durezade la roca.«Mujer, dijo , grande es tu desacato si la compasión que me inspirases efecto de las artes que ejerces. Pero reas bien quiero atribuirloal sentimiento natural que debe producir la consideraciónde que sea vaso de perdición una persona tan favorecida por el Hacedorsupremo. Arrepiéntete, hija mia : confiesa el delito que hascometido de pacto diabólico y nigromancia : abandona los erroresde tu secta , abraza este santo emblema que tengo en las manos,y serás feliz ahora y siempre. En el asilo de algún claustro religiosopodrás consagrarte á la oración y á la penitencia; al arrepentimiento,y á la ciencia del verdadero Dios. Sigue mis consejosv vivirás. ¿ Qué razón tienes para morir por la ley de Moisís?—Es la ley de mis padres , dijo Rebeca ; fué dada en el monteSinaí entre truenos y relámpagos, entre fuego y nubes.—Venga el capellán del preceptorio , dijo Beaumanoir, y hagaver á esta obstinada infiel....—Perdonad que os interrumpa , dijo Rebeca ; yo no sé argüirpor mi religión; pero puedo morir por ella. Respondedme á la demandaque he hecho de un campeón.—Dadme el guante de esa mujer, dijo Beaumanoir. Prendaesesta,

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