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CAPÍTULO VIII. 75Desheredado, que tal era el nombre que todos le daban, y con elque estaba designado en los libros del torneo.—En ese caso, repuso el Templario, anda á tomar tu puesto ydespídete del sol, que esta noche has de dormir con los santos dei• 'icio.—Gracias por tu. cortesía, dijo e¡ Desheredado, y en cambio teaconsejo tomes otro caballo y otra lanza, pues te juro por mi honorque así lo lias menester.»Dicho esto con tono sereno .y condado, hizo retroceder al caballo,andando hacia atrás por el pasaje (pie conducía al pabellón, y portoda la estension de! palenque, hasta la estremidad del norte, dondese paró aguardando á su antagonista. El público aplaudió conentusiasmo este golpe maestro do equitación.Brian de Bois Guilbcrt, aunque frenético de cólera al ver la insolenciade su adversario, no dejó de tomar las precauciones queeste le habia aconsejado: estaba su honor en gran manera comprometido,y no debía desperdiciar medio alguno de vencer á tan presuntuosocompetidor. Aludo de caballo, y tomó uno (legran brioé intrepidez; íambk u mandó que lo trajesen una de las lanzas masfuertes de! astillero, por si la que le habia servido hasta entoncesse Pabia resentido algún tanto en los repetidos choques del dia.Por último, sus escuderos le pusieron en los manos otro escudo»porque el que habia tenido durante el torneo, estaba abollado enalgunas partes. Este llevaba la divisa común de Brian, que representabados ginetcs montados en un caballo, emblema de la primitivahumildad y pobreza de los Templarios.El segundo escudo llevaba un cuervo, á. vuelo desplegado, conuna calavera en las garras, y el mote: Guardo el aterro.Cuando los dos caballeros estuvieron situados uno en frente deotro, es Imposible describir el ansia y atención con que el público!es miraba. Había muy pocos entre los espectadores que creyesenpodría salir bien el Desheredado de aquel encuentro; pero su valory bizarría le habían grangeado los buenos deseos de todos.Aun no habían terminado las trompetas la señal del ataque,cuando los dos antagonistas se dispararon de sus puestos con laprontitud del rayo, y se encontraron en medio de la palestra conel estampido del trueno, luciéronse astillas las lanzas al primerchoque, y aun pareció que ambos iban á desplomarse al suelo,porque á tan violento golpe los dos caballos retrocedieron y dobla-

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