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ílürt¡v ANUO i:.eauaa de Inglaterra, y bueno es que Mnlkin emplee los suyos en lamisma. Quizls si ganan los nuestros se acordarán de este convento,que bien lo necesite; ó á lo menos enviarán un buen caballo deregalo al prior. Si así no lo hicieren, porque los grandes suelen olvidarlos favores de los pequeños, me servirá de recompensa la satisfacciónde haber cumplido con mi deber. Pero ya es hora de mandartocar á refectorio para el almuerzo.»El prior pasó en efecto al refectorio, donde se estaba \ a sirvieu.do á la comunidad el bacalao y la cerveza que ordinariamente ieservia de desayuno. Sentóse á la testera , y soltó algunas palabrassobre los grandes beneficios que podrían resultar al convento ticcierto servicio importante que acababa de hacer á persona de altofiordo, y que en otra época hubiera.hecho gran ruido en el mundo.Entretanto, el caballero negro y su guia atravesaban alegres ycontentos los laberintos del bosque: el primero , entreteniéndoseora en escitar con preguntas el buen humor y el agudo ingenio delsegundo; ora en cantar á media voz algún romanee de trovadorenamorado: de. modo, que su conversación formó una estraña misceláneade prosa y verso , de que procuraremos dar alguna idea ánuestros lectores. Imagínense á este poderoso guerrero, como yale hemos bosquejado, alto de estatura, fuerte de huesos, montado enun caballo negro que parecía hecho para semejante ginete; alta lavisera para respirar con holgura , pero subido el barboquejo demodo que solo podía distinguirse una parte de su rostro, (ion todo,bien se echaban de ver las prominencias de sus tostadas mejillas, ylos grandes y brillantes ojos azules que centellaban notablementeal través de la sombra de la visera: iodo su talante indicaba elbuen humor de quien no sabe temer peligros y la seguridad dequien sabe arrostrarlos ; una índole incapaz de prever los contratiempos,pero resuelta a combatirlos y sobrepujarlos; y sin embargo,los riesgos eran la ocupación habitual de su vida, puesto quesolo vivía de guerras y de aventuras.El bufón llevaba su traje acostumbrado: pero las últimas ocurrenciasle habían obligado á prevenirse de una grande cuchillaencorvada, en lugar de su espada de palo, y de un broquel que 'fi«ervia de defensa. A pesar de, su profesión, se habia servido diestramentede estas dos armas durante el asedio del castillo de Erente-de-buey.V ciertamente la enfermedad mental de Wamba no-consistía mas, que en una especie de irritabilidad ó impaciencia,

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