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CAPÍTULO XXXVII.Golblanquísimo, voló tres veces alrededor del castillo, después délanial, apareció de nuevo sobre el parapeto, en su forma natural.Menos de la mitad de esta portentosa relación hubiera bastadopara condenar & una vieja pobre y fea, aunque no hubiera sidojudía. Pero esta ultima circunstancia, unida & tan formidable testimonio,debia sor fatal á Eebeca, y lo fué en electo, si posar de su•squisita belleza y de su juventud.El gran Maestre recogió los votos de los preceptores y caballeros,y preguntó á Rebeca, con voz pausada y majestuosa, si toda•dgo que alegar, contra la sentencia que Usad imponerle.«Tan solo implorar vuestra compasión, dijo la amable judía, trémulay conmovida: aunque creo que es débil argumento y noduloque será infructuoso. Tampoco ¡no servirla probar que la curaie los enfermos y heridos de otra nación no quedo ser desagradableá los ojos del Padre universal. No me cansaré en demostrar quemuchos de bis hechos que esos hombres (Dios les perdone; han recitado,son enteramente imposibles y absurdos; y digo que no rebatiréesta, acusación, porque veo (pie le habéis dado entero crédito.¿De qué mo serviría decir que mi trago, mi idioma, y misosos son los do todo mi pueblo? Quisiera decir de mi patria; pero00 hay patria para nu oí pera mis desgraciados compañeros.. Nomo justificaré á espensas de mi opresor, que esta, oyendo todasesas patrañas y ficciones en actitud mas propia de víctima quedetirano. Dios juzgará entre lirian y Rebeca. Lo que sí aseguróosque antes sufriría mil muertes las mas horrorosas que podáis imaginar,(pie dar oídos á las solicitaciones de ese hombre perverso:solicitaciones dirigidas á una mujer abandonada de todo el mundo,cautiva suya,y*pr¡vada de toda defensa. Pero es vuestro compañero,y una sola palabra que pronuncie pesa mas en la balanzade vuestra justicia, que las protestas mas solemnes de una desventuradajudía. Estoy lejos do querer acusarle de los delitos que some imputan; pero apodaré á su honor y ú su conciencia. Di, BriaudeBois-Guilbert: ¿no son falsas esas acusaciones? ¿No son tanquiméricas y calumniosas como terribles y fatales?» A estas palabrasde la judía siguió un silencio universal y profundo. Todaslas miradas se fijaron en Bois-Guilbert, el cual permaneció inmó-1 íl y callado.«Habla, continuó la judía: si eres cristiano, si eres hombre, Laida.Te lo ruego por el hábito que vistes, por el nombre que lias he-

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