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CAPÍTULO XXXV.se engalanaban los prelados de otras-órdenes .religiosas; pero enconsideración ¡i su edad, se había aprovechado del permiso que ledaba la regla, y llevábala túnica forrada de piel de cordero, con lalana hacia afuera, que era el mayor lujo que su conciencia le permitíausar, en vez de los ricos forros de pieles estradas, tan á la modaen aquellos siglos. Tenia en la mano el báculo correspondiente ásu dignidad. Llamábase aMciw.y terminaba por la parte superior,envina placa redonda, en que estaba grabada en medio de una orla,la cruz octangular de la orden. Su compañero estaba vestido delmismo modo; pero el profundo respeto con que le hablaba, dah* áentender que nada era igual entre ellos, sino el trago. Aunque* erapreceptor, ó superior ele una de las casas de la orden., no marulhtbade frente con él, sino algadetrás; de manera que el gran Maestrepudiera dirigirle la palabra sin volver la cabeza.Conrado, decía Lúeas de Beaumanoir, querido amigo y compartero en mis batallas y peligros, en tu fiel corazón puedo desahogar¡as cuitas que atosigan el mió, En tí solo puedo depositar mis ardientesdeseos de reunirme con los justos-. Ninguno de los objetosque se han presentado hasta ahora á mis ojos en Inglaterra me haservido sino esde tormento y mortificación, salvo lasjtumbasde noestros hermanos, (pie aun adornan la iglesia de laórden en la orgullo -sa capital. ¡Oh, valiente ltoberto de,Eos! esclamaba yo interiormente:al ver las estatuas do aquellos buenos soldados de la cruz recostadassobre sus sepulcros. ¡Ohdigno Guillermo de Mareschal! abrid vuestrasmoradas de mármol, y admitid á un hermano, cansado de Javida, que mas bien quiere pelear con cien paganos, que ser testigode la decadencia, de su santa orden.—Escierto, respondió Conrado Mont-Fitchet, es demasiado cierto.Las irregularidades de nuestros hermanos de Inglaterra son muchopeores que las de los de Francia.—Porque son mas ricos, decia el gran Maestre. No e> por alabarme:pero ya sabes la vida que he llevado, mi celo en cumplir hastalos ápices do nuestra regla. Mi deseo es pelear con gentes endiabladasy perversas, mí incansable ardor es acometer al león rugiente,que gira en tomo buscando á quien devorar. Buen caballero, eclesiásticodevoto: á esto he aspirado en el curso de mi larga esperiencia.Mi divisa ha sido lo que dice nuestro padre san Bernardo, en elcapítulo cuarenta y cinco de nuestra constitución: ni leo xmperferiat-nr.Este es el ardor que ha devorado mi sustancia y m ; jugo vi-

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