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Librodot En busca del tiempo perdido I Marcel ... - Biblioteca Virtual

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verduras, y que, a través <strong>del</strong> disfraz de su firme carne comestible,<br />

transparentaban con sus colores de aurora naciente sus intentos de arco<br />

iris y su languidez de noches azules, una esencia preciosa, perceptible<br />

para mí aun cuando, durante toda la noche que seguía a una<br />

comida donde hubo espárragos, se divertían en sus farsas poéticas<br />

y groseras, como fantasía shakespeariana, en trocar mi vaso de<br />

noche en copa de perfume.<br />

La pobre Caridad de Giotto, como Swann la llamaba,<br />

encargada por Francisca de .recortarlos., los tenía al lado en una cesta,<br />

con cara de pena, como si estuviera sintiendo todo el dolor de la<br />

madre tierra; y las leves coronas azules que ceñían a los<br />

espárragos por cima de sus túnicas rosas, se dibujaban tan finamente,<br />

estrella por estrella, como se dibuja en el fresco de Padua las flores<br />

ceñidas en la frente de la Virtud o prendidas en su canastilla. Y<br />

entre tanto, Francisca daba vueltas en el asador a uno de aquellos<br />

pollos, asados como ella sola sabía hacerlo, que difundieron por<br />

todo Combray el olor de sus méritos, y que cuando no los servía a la<br />

mesa hacían triunfar la bondad en mi concepción especial de su<br />

carácter, porque el aroma de esa carne que ella convertía en tan<br />

tierna y untuosa, era para mí el perfume mismo de una de sus<br />

virtudes.<br />

Pero el día que bajé a la cocina mientras mi padre consultaba al<br />

consejo de familia respecto a su encuentro con Legrandin, era uno de<br />

aquellos en que la Caridad de Giotto, bastante mal aún por su reciente<br />

parto, no podía levantarse; y Francisca, como no tenía ayuda, estaba<br />

retrasada en su trabajo. Cuando bajé la vi en la despensa, que<br />

daba al corral, matando un pollo, que con su resistencia desesperada y<br />

tan natural, acompañada por los gritos de Francisca, que, fuera de sí, al<br />

mismo <strong>tiempo</strong> que trataba de abrirle el cuello por debajo de la oreja,<br />

chillaba .¡Mal bicho, mal bicho!, ponía la santa dulzura y la unción de<br />

nuestra doméstica un poco menos en evidencia de lo que hubiera puesto<br />

el pobre animal en el almuerzo <strong>del</strong> día siguiente, con su pellejo bordado<br />

en oro como una casulla, y su grasa preciosa, que parecía ir goteando<br />

de un ropón. Cuando ya murió, Francisca recogió la sangre, que iba<br />

corriendo sin sofocar su rencor, y aun tuvo un acceso de cólera, y<br />

mirando el cadáver de su enemigo, dijo por última vez: .Mal bicho..<br />

Volví a subir, todo trémulo; mi deseo hubiera sido que echaran en<br />

seguida a Francisca.<br />

Pero entonces, ¿quién me haría unas albóndigas tan calentitas,<br />

un café tan perfumado... y aquellos pollos...? Y en realidad, ese cobarde<br />

cálculo lo hemos hecho todos, como lo hice yo entonces. Porque mi tía<br />

Leoncia sabía .cosa que ignoraba yo. que Francisca, que habría<br />

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