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Librodot En busca del tiempo perdido I Marcel ... - Biblioteca Virtual

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celeste, por entre tierras negras y desnudas, sin otra compañía que una<br />

bandada de cucos prematuros y otra de primaveras a<strong>del</strong>antadas,<br />

mientras que de cuando en cuando una violeta de azulado pico<br />

doblaba su tallo al peso de la gotita de aroma encerrada en su<br />

cucurucho. El Puente Viejo desembocaba en un sendero de sirgar, que<br />

en aquel lugar estaba tapizado cuando era verano por el azulado follaje<br />

de un avellano; a la sombra <strong>del</strong> árbol había echado raíces un pescador<br />

con sombrero de paja. <strong>En</strong> Combray sabía yo que personalidad de<br />

herrero o de chico de la tienda se disimulaba bajo el uniforme <strong>del</strong> suizo<br />

o la sobrepelliz <strong>del</strong> monaguillo, pero jamás llegué a descubrir la<br />

identidad de aquel pescador. Debía conocer a mis padres, porque al<br />

pasar nosotros saludaba con el sombrero; entonces yo iba a<br />

preguntar quién era, pero me hacía señas de que me callara para no<br />

asustar a los peces. Seguíamos por la senda de sirga que domina la<br />

corriente con una escarpa de varios pies de alto; al otro lado la<br />

orilla era baja, y se dilataba en extensos prados hasta el pueblo y hasta<br />

la estación, que estaba distante <strong>del</strong> poblado.<br />

Por aquellas tierras quedaban diseminados, medio hundidos en<br />

la hierba, restos <strong>del</strong> castillo de los antiguos condes de Combray, que en<br />

la Edad Media tenía el río como defensa, por este lado, contra los<br />

ataques de los señores de Guermantes y de los abades de<br />

Martinville. Ya no había más que unos fragmentos de torres que<br />

alzaban sus gibas, apenas aparentes en la pradera, y unas almenas,<br />

desde las cuales lanzaba antaño sus piedras el ballestero, o vigilaba el<br />

atalaya Novepont, Clairefontaine, Martinville le Sec, Bailleau le<br />

Exempt, tierras todas vasallas de Guermantes, y entre las cuales<br />

estaba enclavado Combray; hoy esas ruinas, al ras de la hierba, las<br />

dominaban los chicos de la escuela de los frailes que iban allí a<br />

estudiarse la lección, o de recreo, a jugar; pasado casi hundido en la<br />

tierra, echado a la orilla <strong>del</strong> agua como un paseante que toma el<br />

fresco, pero que inspira muchos sueños a mi imaginación, porque en el<br />

nombre de Combray me hacía superponer al pueblo de hoy una ciudad<br />

muy distinta: pasado que atraía mis pensamientos con su rostro añejo e<br />

incomprensible, medio oculto por esas florecillas llamadas botones de<br />

oro. Había muchos en aquel sitio, escogido por ellos, para jugar<br />

entre las hierbas; aislados los unos en parejas o en grupos otros,<br />

amarillos como la yema de huevo, y tanto más brillantes, porque<br />

como me parecía que no podía derivar hacia ningún intento de<br />

degustación el placer que me causaba el verlos, lo iba<br />

acumulando en su dorada superficie, hasta que llegaba a tal intensidad<br />

que producía una belleza inútil, y eso desde mi primera infancia,<br />

cuando desde la senda de sirga tendía yo los brazos hacia ellos sin<br />

<strong>Librodot</strong> <strong>En</strong> <strong>busca</strong> <strong>del</strong> <strong>tiempo</strong> <strong>perdido</strong> I <strong>Marcel</strong> Proust<br />

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