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Librodot En busca del tiempo perdido I Marcel ... - Biblioteca Virtual

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ademanes de amabilidad que entremetían entre el vicio de la señorita<br />

de Vinteuil y ella una fraseología y una mentalidad que no eran<br />

propias de ese vicio y que le impedían que lo sintiera como cosa muy<br />

distinta de los numerosos deberes de cortesía a que se consagraba de<br />

ordinario. Y no es que le pareciera agradable la perversidad que le daba<br />

la idea <strong>del</strong> placer, sino el placer lo que le parecía cosa mala. Y como<br />

siempre que a él se entregaba acompañábalo de esos malos<br />

pensamientos que el resto <strong>del</strong> <strong>tiempo</strong> no asomaban en su alma virtuosa,<br />

acababa por ver en el placer una cosa diabólica, por identificarla con lo<br />

malo. Acaso se daba cuenta la hija de Vinteuil de que su amiga no era<br />

<strong>del</strong> todo mala, que no hablaba con sinceridad cuando profería<br />

aquellas blasfemias. Pero, por lo menos, tenía gusto en besar en su<br />

rostro sonrisas y miradas, acaso fingidas pero análogas en su expresión<br />

viciosa y baja, las que hubieran sido propias de un ser no de bondad y<br />

de resinación, sino de crueldad y de placer. Quizá podía imaginarse por<br />

un momento que estaba jugando de verdad los fuegos que, con una<br />

cómplice tan desnaturalizada, habría podido jugar una muchacha que<br />

realmente sintiera aquellos sentimientos bárbaros hacia su padre. Pero<br />

puede que no hubiera considerado la maldad como un estado tan raro,<br />

tan extraordinario, que tan bien lo arrastraba a uno y donde tan grato<br />

era emigrar, de haber sabido discernir en su amiga, como en todo el<br />

mundo, esa indiferencia a los sufrimientos que ocasionamos, y que,<br />

llámese cómo se quiera, es la terrible y permanente forma de la<br />

crueldad.<br />

Si era muy sencillo ir por el lado de Méséglise, ir por el lado de<br />

Guermantes era otra cosa, porque el paseo era largo y había que tener<br />

confianza en el <strong>tiempo</strong>. Parecía que empezaba una serie de días<br />

buenos: Francisca, desesperada de que no cayera ni una gota para las<br />

.pobres sementeras., al ver tan sólo unas cuantas nubes blancas<br />

vagando por la superficie tranquila y azulada <strong>del</strong> cielo, exclamaba<br />

lloriqueando: .No parece sino que allá arriba no hay más que unos<br />

perros de mar jugando y enseñando los hocicos. ¡Sí que están pensando<br />

en mandar agua a los pobres labradores! Y luego, cuando ya esté<br />

crecido el trigo, empezará a llover, y vena y vena, sin saber el agua<br />

de dónde cae, como si cayera en el mar. El jardinero y el<br />

barómetro daban invariablemente a mi padre la misma favorable<br />

respuesta, y entonces aquella noche, en la mesa, se decía:<br />

-Mañana, si el <strong>tiempo</strong> sigue así, iremos por el lado de<br />

Guermantes.<br />

Salíamos, en seguida de almorzar, por la puertecita <strong>del</strong><br />

jardín, e íbamos a parar a la calle de Perchamps, estrecha y en brusco<br />

recodo, llena de gramíneas, por entre las cuales dos o tres avispas se<br />

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