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Librodot En busca del tiempo perdido I Marcel ... - Biblioteca Virtual

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se conservan; pero como no lo lograba, tenía la casa llena de<br />

calientapiés, almohadones, relojes, biombos, barómetros, cacharros<br />

de China, amontonados y repetidos, y toda clase de regalos de<br />

aguinaldo completamente dispares.<br />

Desde aquel elevado sitial participaba animadamente en la<br />

conversación de los fieles, y se sonreía de sus .camelos.; pero desde el<br />

accidente de la mandíbula, renunció a tomarse el trabajo de<br />

desternillarse de verdad, y en su lugar entregábase a una mímica<br />

convencional, que significaba, sin ningún riesgo ni fatiga para su<br />

persona, que lloraba de risa. Al menor chiste de uno de los íntimos<br />

contra un pelma o un ex íntimo relegado al campo de los pelmas, con<br />

gran desesperación <strong>del</strong> señor Verdurin, el cual tuvo mucho <strong>tiempo</strong> la<br />

pretensión de ser tan amable como ella, pero que como se reía de veras,<br />

se quedaba en seguida sin aliento, distanciado y vencido por aquella<br />

artimaña de hilaridad incesante y ficticia., lanzaba un chillido, cerraba<br />

sus ojos de pájaro, que ya empezaba a velar una nube, y bruscamente,<br />

como si no tuviera más que el <strong>tiempo</strong> justo para ocultar un<br />

espectáculo indecente, o para evitar un mortal ataque, hundía la cara<br />

entre las manos, y con el rostro así oculto y tapado, parecía que se<br />

esforzaba en reprimir y ahogar una risa, que sin aquel freno hubiera<br />

acabado por un desmayo. Y así, embriagada por la jovialidad de los<br />

fieles, borracha de familiaridad, de maledicencia y de asentimiento,<br />

la señora de Verdurin, encaramada en su percha como un pájaro<br />

después de haberle dado sopa en vino, hipaba de amabilidad.<br />

<strong>En</strong>tre tanto, el señor Verdurin, después de pedir permiso a<br />

Swann para encender su pipa (.aquí no gastamos etiqueta, somos todos<br />

amigos.) rogaba al pianista que se sentara al piano.<br />

-Pero no le des la lata; no viene aquí a que lo atormentemos -<br />

aclamó la señora de la casa.; yo no quiero que se le atormente.<br />

-Pero eso no es darle la lata -dijo Verdurin. Quizá el señor<br />

Swann no conozca la sonata en fa sostenido que hemos<br />

descubierto; puede tocar el arreglo de piano.<br />

-No, no; mi sonata, no .vociferó la señora de Verdurin; no tengo<br />

ganas de cargar con un catarro de cabeza y neuralgia facial, a fuerza de<br />

llorar corno la última vez. Gracias por el regalito; pero no quiero<br />

volver a empezar. Buenos están ustedes; ya se ve que no son<br />

ustedes los que se tendrán que estar luego ocho días en la cama.<br />

Aquella pequeña comedia, que se repetía siempre que el<br />

pianista iba a tocar, encantaba a los fieles corno si fuera nueva, y les<br />

parecía prueba de la seductora originalidad <strong>del</strong> .ama. de y su<br />

sensibilidad musical. Los que estaban a su lado hacían señas a los que<br />

más lejos fumaban o jugaban a las cartas, de que se acercaran, de que<br />

<strong>Librodot</strong> <strong>En</strong> <strong>busca</strong> <strong>del</strong> <strong>tiempo</strong> <strong>perdido</strong> I <strong>Marcel</strong> Proust<br />

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