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Librodot En busca del tiempo perdido I Marcel ... - Biblioteca Virtual

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individualidad vegetal, cercana y extraña; porque luego, al acercarme,<br />

veía ya lo más alto de su travieso y ligero follaje, de esas hojas<br />

fácilmente elegantes, de corte coquetón y tejido fino, donde fueron a<br />

posarse centenares de flores como colonias aladas y vibrátiles de<br />

parásitos preciosos, y porque tenían un nombre femenino, ocioso y<br />

suave; y el deseo que así me aceleraba el latir <strong>del</strong> corazón era un deseo<br />

mundano, como esos valses que sólo nos evocan los nombres de<br />

hermosas invitadas que va anunciando el criado a la entrada <strong>del</strong> salón<br />

de baile.<br />

Me habían dicho que en aquel paseo podría ver a muchas<br />

elegantes, que aunque no eran todas casadas, solían nombrarse<br />

cuando se nombraba a la señora Swann; pero, por lo general, con su<br />

nombre de guerra; sus nuevos nombres, cuando los tenían, no eran más<br />

que una especie de incógnito que los que hablaban de ellas tenían<br />

buen cuidado de quitarles para que se supiera a quién se referían.<br />

Imaginándome que lo bello .en el orden de las elegancias femeninas.<br />

regíase por leyes ocultas al conocimiento y en las que estaban iniciadas<br />

las elegantes, que además, tenían poder para realizarlas, aceptaba de<br />

antemano, como una revelación, la aparición de su toilette, de su<br />

carruaje, de otros mil detalles, en cuyo seno ponía yo toda mi fe<br />

como un alma interior que daba a aquel conjunto efímero y movible la<br />

cohesión de una obra maestra. Pero a quien yo quería ver era a la<br />

señora de Swann, y esperaba su paso, emocionado, como si se tratara<br />

de Gilberta, porque sus padres, impregnados, como todo lo que la<br />

rodeaba, <strong>del</strong> encanto suyo, me inspiraban tanto amor como ella, y una<br />

turbación aun más dolorosa (porque su punto de contacto con Gilberta<br />

estaba en esa parte de su vida, que yo no conocía), y además (porque<br />

pronto me enteré, como se verá, de que no les gustaba que jugase yo<br />

con Gilberta), esa veneración que siempre guardamos a los que<br />

poseen sin freno alguno la posibilidad de hacernos daño.<br />

Para mí, la sencillez se ganaba el primer lugar en el orden de los<br />

méritos estéticos y de las grandezas mundanas el día que veía a la<br />

señora de Swann a pie, con una polonesa de paño, una gorra<br />

adornada con un ala de lofóforo en la cabeza y un ramo de violetas en<br />

el pecho, atravesar aprisa el paseo de las Acacias, como si fuera el<br />

camino más corto para ir a su casa, respondiendo con una ojeada a los<br />

señores de coches que, al reconocer de lejos su silueta, la<br />

saludaban, diciéndose que no había mujer con más chic. Pero, otras<br />

veces, no era la sencillez, sino el fausto, el que se ganaba el primer<br />

puesto de mi preferencia, aquellos días en que después de obligar a<br />

Francisca, que ya no podía más y que se quejaba de que sus piernas .se<br />

hundían., a andar arriba y abajo más de una hora, veía yo, por fin,<br />

<strong>Librodot</strong> <strong>En</strong> <strong>busca</strong> <strong>del</strong> <strong>tiempo</strong> <strong>perdido</strong> I <strong>Marcel</strong> Proust<br />

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