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Librodot En busca del tiempo perdido I Marcel ... - Biblioteca Virtual

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animación y fervor extraordinarios; hizo un profundo saludo, seguido<br />

de una inclinación secundaria hacia atrás, que llevó bruscamente<br />

su busto más atrás de lo que estaba en la posición inicial <strong>del</strong> saludo, y<br />

que sin duda había aprendido <strong>del</strong> marido de su hermana, el señor de<br />

Cambremer. Ese rápido enderezarse hizo refluir, a modo de ola<br />

musculosa, las ancas de Legrandin, que yo no suponía tan llenas; y no<br />

sé porqué aquella ondulación de pura materia, sin ninguna<br />

expresión de espiritualidad, y azotada tempestuosamente por una<br />

baja solicitud, despertaron de pronto en mi ánimo la posibilidad de un<br />

Legrandin muy distinto <strong>del</strong> que conocíamos. La señora aquella le<br />

mandó decir un recado al cochero, y mientras que se llegaba al coche<br />

persistió en su rostro aquella huella de tímido y servicial gozo que la<br />

presentación en él marcara. Sonriente, como hechizado y soñando,<br />

volvió apresuradamente hacia la señora, y como andaba más de prisa<br />

que de ordinario, sus hombros oscilaban a derecha e izquierda<br />

ridículamente, y tanto era su descuido al andar y su despreocupación<br />

por el resto <strong>del</strong> mundo, que parecía el juguete inerte y mecánico de la<br />

felicidad. <strong>En</strong>tre tanto, salimos <strong>del</strong> pórtico y fuimos a pasar a su lado;<br />

Legrandin era lo bastante educado para no volver la cabeza; pero puso<br />

su vista, impregnada de hondo meditar, en un punto tan lejano <strong>del</strong><br />

horizonte, que no pudo vernos, y así no tuvo que saludarnos. Y<br />

allí quedó tan ingenuo su rostro rematando una americana suelta y<br />

recta, que parecía un poco descarriada, sin quererlo, en medio de<br />

aquel detestado lujo. Y la chalina de pintas, agitada por el viento de<br />

la plaza, seguía flotando por <strong>del</strong>ante de Legrandin, como estandarte<br />

de su altivo aislamiento y de su noble independencia. <strong>En</strong> el momento<br />

en que llegábamos a casa notó mamá que se nos había olvidado la tarta,<br />

y rogó a mi padre que volviéramos a decir que la llevaran en seguida.<br />

Cerca de la iglesia nos cruzamos con Legrandin, que venía en<br />

dirección opuesta a la nuestra, acompañando a la señora de antes al<br />

coche. Pasó a nuestro lado sin dejar de hablar con su vecina, y nos hizo<br />

con el rabillo de sus ojos azules un gesto que en cierto modo no salía de<br />

los párpados; y que, como no interesaba los músculos de su rostro,<br />

pudo pasar completamente ignorado de su interlocutora; pero que,<br />

queriendo compensar con lo intenso <strong>del</strong> sentimiento lo estrecho <strong>del</strong><br />

campo en que circunscribía su expresión, hizo chispear en aquel<br />

rinconcito azulado que nos concedía toda la vivacidad de su<br />

gracejo, que, pasando de la jovialidad, frisó en malicia, y que sutilizó<br />

las finuras de la amabilidad hasta los guiños de la connivencia, de las<br />

medias palabras, de lo supuesto, hasta los misterios de la<br />

complicidad, y que, finalmente, exaltó las garantías de amistad hasta<br />

las protestas de ternura, hasta la declaración amorosa, e iluminó<br />

<strong>Librodot</strong> <strong>En</strong> <strong>busca</strong> <strong>del</strong> <strong>tiempo</strong> <strong>perdido</strong> I <strong>Marcel</strong> Proust<br />

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