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Librodot En busca del tiempo perdido I Marcel ... - Biblioteca Virtual

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hondamente ocultas en mi interior, y acababa en la visión totalmente<br />

externa <strong>del</strong> horizonte que tenía al final <strong>del</strong> jardín, <strong>del</strong>ante de los ojos, lo<br />

primero y más íntimo que yo sentía, el fuerte puño, siempre activo, que<br />

gobernaba todo lo demás, era mi creencia en la riqueza filosófica y<br />

la belleza <strong>del</strong> libro que estaba leyendo, y mi deseo de<br />

apropiármelas, de cualquier libro que se tratara. Porque aunque lo<br />

hubiera comprado en Combray, al verlo en la tienda de Borange, muy<br />

separada de casa para que Francisca pudiera ir allí a comprar, como<br />

iba a casa de Camus, pero mejor surtida en artículos de papelería<br />

y libros, sujeto con cintas en el mosaico de folletos y entregas<br />

que revestían las dos hojas de la puerta, más misteriosas y más ricas<br />

en pensamiento que la puerta de una catedral, es porque me acordaba<br />

de haberlo oído citar como obra notable al profesor o camarada que<br />

por aquel entonces me parecía estar en el secreto de la verdad y de la<br />

belleza, medio presentidas y medro incomprensibles para mí meta<br />

borrosa, pero permanente, de mi pensamiento.<br />

Tras esta creencia central, que durante mi lectura ejecutaba<br />

incesantes movimientos de adentro afuera, en <strong>busca</strong> de la verdad,<br />

venían las emociones que me inspiraba la acción en la que yo<br />

participaba, porque aquellas tardes estaban más henchidas de<br />

sucesos dramáticos que muchas vidas. Eran los sucesos ocurridos en el<br />

libro que leía, aunque los personajes a quienes afectaban no eran<br />

«reales», como decía Francisca. Pero ningún sentimiento de los que nos<br />

causan la alegría o la desgracia de un personaje real llega a<br />

nosotros, si no es por intermedio de una imagen de esa alegría o<br />

desgracia; la ingeniosidad <strong>del</strong> primer novelista estribó en comprender<br />

que, como en el conjunto de nuestras emociones la imagen es el único<br />

elemento esencial, una simplificación que consistiera en suprimir pura<br />

y simplemente los personajes reales, significaría una decisiva<br />

perfección. Un ser real, por profundamente que simpaticemos con él, lo<br />

percibimos en gran parte por medio de nuestros sentidos, es decir, sigue<br />

opaco para nosotros y ofrece un peso muerto que nuestra sensibilidad<br />

no es capaz de levantar. Si le sucede una desgracia, no podremos<br />

sentirla más que en una parte mínima de la noción total que de sí tenga.<br />

La idea feliz <strong>del</strong> novelista es sustituir esas partes impenetrables para el<br />

alma por una cantidad equivalente de partes inmateriales, es decir,<br />

asimilables para nuestro espíritu.<br />

Desde ese momento poco nos importa que se nos aparezcan<br />

como verdaderos los actos y emociones de esos seres de nuevo género,<br />

porque ya las hemos hecho nuestras, en nosotros se producen, y ellas<br />

sojuzgan, mientras vamos volviendo febrilmente las páginas <strong>del</strong><br />

libro, la rapidez de nuestra respiración y la intensidad de nuestras<br />

<strong>Librodot</strong> <strong>En</strong> <strong>busca</strong> <strong>del</strong> <strong>tiempo</strong> <strong>perdido</strong> I <strong>Marcel</strong> Proust<br />

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