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Librodot En busca del tiempo perdido I Marcel ... - Biblioteca Virtual

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ya, exquisita jalea industriosa y limpia de todos los frutos <strong>del</strong> año, que<br />

fueron <strong>del</strong> huerto al armario; cada uno de su sazón, pero domésticos,<br />

móviles, que suavizan el picor de la escarcha con la suavidad <strong>del</strong> pan<br />

blanco, ociosos y puntuales como reloj de pueblo, y a la vez corretones<br />

y sedentarios, descuidados y previsores, lenceros, madrugadores,<br />

devotos y felices, henchidos de una paz que nos infunde una ansiedad<br />

más y de un prosaísmo que sirve de depósito enorme de poesía para el<br />

que sin vivir entre ellos pasa por su lado. Estaba aquel aire saturado por<br />

lo más exquisito de un silencio tan nutritivo y suculento, que yo andaba<br />

por allí casi con golosina, sobre todo en aquellas primeras mañanas,<br />

frías aún, de la semana de Resurrección, en que lo saboreaba mejor<br />

porque estaba recién llegado; antes de entrar a dar los buenos días a mi<br />

tía tenía que esperar un momento en el primer cuarto, en donde el sol,<br />

de invierno todavía, estaba ya calentándose a la lumbre; encendida ya<br />

entre los dos ladrillos y que estucaba toda la habitación con su olor de<br />

hollín, convirtiéndola en uno de esos hogares de pueblo o en una de<br />

esas campanas de chimenea de los castillos, cuyo abrigo nos inspira el<br />

deseo de que fuera estalle la lluvia, la nieve o hasta una catástrofe<br />

diluviana pasa acrecer el bienestar de la reclusión con la poesía de<br />

lo invernal; daba unos paseos <strong>del</strong> reclinatorio a las butacas de espeso<br />

terciopelo, con sus cabeceras de crochet; y la lumbre, cociendo,<br />

como si fueran una pasta, los apetitosos olores cuajados en el aire de la<br />

habitación, y que estaban ya levantados y trabajados por la frescura<br />

soleada y húmeda de la mañana, los hojaldraba, los doraba, les daba<br />

arrugas y volumen para hacer un invisible y palpable pastel<br />

provinciano, inmensa torta de manzanas, una torta en cuyo seno yo iba,<br />

después de ligeramente saboreados los aromas más cuscurrosos, finos y<br />

reputados, pero más secos también, de la cómoda, de la alacena y <strong>del</strong><br />

papel rameado de la pared, a pegarme siempre con secreta codicia al<br />

olor mediocre, pegajoso, indigesto, soso y frutal de la colcha de flores.<br />

<strong>En</strong> el cuarto de al lado oía a mi tía hablar ella sola a media voz. Nunca<br />

hablaba más que bajito, porque se figuraba que tenía algo roto y<br />

flotante dentro de la cabeza, y que hablando fuerte podría moverse;<br />

pero nunca se pasaba mucho rato, aunque estuviera sola, sin decir algo,<br />

porque creía que eso, era sano para la garganta y que, impidiendo que<br />

la sangre se parara allí, tendría menos ahogos y angustias de aquellos<br />

que la aquejaban; además, en aquella absoluta inercia en que vivía<br />

atribuía a sus mínimas sensaciones una importancia extraordinaria,<br />

dotándolas de una tal movilidad, que era imposible que las retuviera<br />

dentro de sí; y a falta de confidente a quien comunicárselas se las<br />

anunciaba a sí misma, en un perpetuo monólogo, que era su única<br />

forma de actividad. Desdichadamente, como había contraído la<br />

<strong>Librodot</strong> <strong>En</strong> <strong>busca</strong> <strong>del</strong> <strong>tiempo</strong> <strong>perdido</strong> I <strong>Marcel</strong> Proust<br />

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