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Librodot En busca del tiempo perdido I Marcel ... - Biblioteca Virtual

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eglas, adopta un ritmo y se hace fluido, sonoro, musical,<br />

incontable, universal: llueve.<br />

-Qué, Francisca, ¿no lo había yo dicho? Y cómo cae. Pero me<br />

parece que he oído el cascabel de la puerta <strong>del</strong> jardín. Vaya usted<br />

a ver quien está fuera de casa con este <strong>tiempo</strong>.<br />

Francisca volvía:<br />

-Es la señora (mi abuela), que dice que va a dar una vuelta. Pues<br />

está lloviendo mucho.<br />

-No me extraña .decía mi tía alzando los ojos al cielo… Siempre<br />

dije que no tenía la cabeza hecha como los demás. Pero, en fin, más<br />

vale que sea ella y no yo la que se está mojando.<br />

-La señora siempre es al revés de los demás –decía<br />

Francisca suavemente, reservándose, para el momento en que<br />

estuviera sola con los criados, su opinión de que mi abuela estaba un<br />

coco .tocada..<br />

-Pues ya han pasado las oraciones. Eulalia no vendrá -<br />

suspiraba mi tía.; le habrá dado miedo el <strong>tiempo</strong>.<br />

-Pero, señora, todavía no son las cinco, no son más que las<br />

cuatro y media.<br />

-¿Las cuatro y media? Y he tenido que levantar los visillos para<br />

que me entre un rayo de luz. ¡A las cuatro y media y ocho días antes de<br />

las Rogaciones! ¡Ay, Francisca!, ¡muy incomodado debe estar Dios<br />

con nosotros! Sí, es que la gente de hoy hace tantas cosas... Como decía<br />

mi pobre Octavio, nos olvidamos de Dios, y Él se venga.<br />

De pronto, un rojo vivo encendía las mejillas de mi tía: era<br />

Eulalia. Pero, desdichadamente, apenas Francisca la había introducido,<br />

cuando tornaba a entrar, y con sonrisa encaminada a ponerse al unísono<br />

con la alegría que, según creía ella, causarían a mi tía sus palabras, y<br />

articulando las sílabas para hacer ver fue, a pesar <strong>del</strong> estilo<br />

indirecto, repetía fielmente y como buena criada las mismas palabras<br />

que se dignaba pronunciar el visitante, decía:<br />

-El señor cura tendría un placer, un gusto vivísimo en poder<br />

saludar a la señora, si no está descansando. El señor cura no<br />

quiere molestar. Está abajo, y lo hice entrar en la sala.<br />

<strong>En</strong> realidad, las visitas <strong>del</strong> señor cura no daban a mi tía<br />

tanto gusto como Francisca suponía, y el aspecto de júbilo que ésta se<br />

consideraba como obligada a adoptar cada vez que tenía que<br />

anunciarlo no respondía por completo a lo que sentía la enferma.<br />

El cura (hombre excelente, con quien lamento no haber hablado<br />

más porque, aunque no entendía nada de arte, sabía muchas<br />

etimologías), acostumbrado a dar a los visitantes notables noticias<br />

respecto a la iglesia (hasta tenía el propósito de escribir un libro<br />

<strong>Librodot</strong> <strong>En</strong> <strong>busca</strong> <strong>del</strong> <strong>tiempo</strong> <strong>perdido</strong> I <strong>Marcel</strong> Proust<br />

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