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Librodot En busca del tiempo perdido I Marcel ... - Biblioteca Virtual

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transcurren. Y ni siquiera desde el punto de vista de la simple cantidad<br />

son iguales los días de nuestra vida. Las naturalezas un poco nerviosas,<br />

como era la mía, tienen a su disposición, para recorrer los días,<br />

velocidades. diferentes como los automóviles. Hay días montuosos,<br />

difíciles, y tardamos mucho en trepar por ellos; y hay otros cuesta<br />

abajo, por donde podemos bajar a toda marcha, cantando. Durante<br />

aquellos meses .en que yo volvía, como sobre una melodía, sin<br />

hartarme sobre aquellas imágenes de Florencia, de Venecia y de<br />

Pisa, que despertaban en mí un deseo tan hondamente individual, como<br />

si hubiera sido un amor, amor a una persona. yo no dejé de creer, por<br />

un momento, que dichas imágenes correspondieran a una realidad<br />

independiente de mí, y me hicieron sentir esperanzas tan hermosas<br />

como la que pudo tener un cristiano de los <strong>tiempo</strong>s primitivos en<br />

vísperas de entrar en el paraíso. Así, sin preocuparme de la<br />

contradicción que había en el hecho de querer mirar y tocar can los<br />

órganos de los sentidos, lo que fue obra de las ilusiones, lo que los<br />

sentidos no percibieron .y por eso era más tentador para ellos, más<br />

diferente de lo que conocían., todo lo que me recordaba la realidad de<br />

esas imágenes inflamaba mi deseo, porque era como una promesa de<br />

que sería satisfecho. Y aunque mi exaltación tenía como motivo<br />

básico el deseo de gozar placeres artísticos, mejor aún que con<br />

los libros de estética, se alimentaba con las guías y todavía más<br />

con los itinerarios de ferrocarriles. Me emocionaba pensar que<br />

aquella Florencia, que yo veía tan cerca, pero tan inaccesible en mi<br />

imaginación, distaba de mí, dentro de mí mismo, un espacio que no se<br />

podía recorrer, pero que, en cambio, podría llegar a ella dando una<br />

vuelta, por un rodeo, es decir, tomando la vía de tierra.. Claro que<br />

cuando yo me repetía, dando así gran valor a lo que iba a ver, que<br />

Venecia era .la escuela de Giorgione, la casa <strong>del</strong> Ticiano, el museo más<br />

completo de arquitectura doméstica en la Edad Media., me sentía feliz.<br />

Pero lo era aún más cuando, al salir a un recado, yendo de prisa, porque<br />

el <strong>tiempo</strong>, tras unos días de primavera, era otra vez invernal (como el<br />

que nos encontrábamos muchas veces en Combray para Semana<br />

Santa), veía los castaños de los bulevares que, aunque hundidos en un<br />

aire glacial y líquido como agua, invitados puntuales, vestidos ya, y que<br />

no se desaniman por el <strong>tiempo</strong>, empezaban a redondear y cincelar en<br />

sus congelados bloques el irresistible verdor que el frío lograría<br />

contrariar con su poder abortivo, pero sin llegar nunca a detener su<br />

progresivo empuje, y pensaba que el Ponte Vecchio estaría ya<br />

rebosante de jacintos y anémonas, y que el sol primaveral teñiría las<br />

ondas <strong>del</strong> Gran Canal con azul tan sombrío y esmeraldas tan nobles,<br />

que, al ir a estrellarse a los pies de los cuadros <strong>del</strong> Ticiano, rivalizarían<br />

<strong>Librodot</strong> <strong>En</strong> <strong>busca</strong> <strong>del</strong> <strong>tiempo</strong> <strong>perdido</strong> I <strong>Marcel</strong> Proust<br />

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