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Librodot En busca del tiempo perdido I Marcel ... - Biblioteca Virtual

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cariñosa sonrisa de satisfacción de competencia y de alusión al pasado.<br />

Allá, cuando joven, había aprendido a acariciar el largo cuello<br />

sinuoso y desmesurado de las frases chopinianas, libres, táctiles,<br />

flexibles, que empiezan por <strong>busca</strong>rse su sitio por camino muy remoto y<br />

apartado <strong>del</strong> que tomaron al salir, muy lejos <strong>del</strong> punto donde<br />

esperábamos su contacto, pero que si se entregan a este retozo de su<br />

fantasía es para volver más <strong>del</strong>iberadamente .con retorno más<br />

premeditado y preciso, como dando en un cristal que resuene hasta<br />

arrancar gritos a herirnos en el corazón.<br />

Como vivió de joven en el seno de una familia provinciana con<br />

muy pocas relaciones, y no iba casi nunca a bailes, allá, en la soledad<br />

de su mansión, se embriagó, moderando o precipitando las danzas de<br />

estas imaginarias parejas, desgranándolas como flores, y abandonando<br />

un momento el baile imaginario para oír cómo soplaba el viento a la<br />

orilla <strong>del</strong> lago, entre los pinos, mientras que se a<strong>del</strong>antaba hacia<br />

ella, distinto de como se figuran las mujeres a los amantes de este<br />

mundo, un mancebo esbelto, de voz cantarina, extraña y falsa,<br />

calzados los guantes blancos. Pero hoy, la belleza de esa música<br />

pasada de moda parece muy ajada. Sin gozar ya de la estima de<br />

los inteligentes, perdió honor y gracia, y ni siquiera las personas<br />

de mal gusto disfrutan en ella más que placeres mediocres y callados.<br />

La marquesa de Cambremer echó hacia atrás una mirada furtiva. Sabía<br />

que su nuera (muy respetuosa con su nueva familia en todo menos en lo<br />

tocante a las cosas de la inteligencia, porque en este campo tenía ideas<br />

propias por haber aprendido hasta armonía y griego) despreciaba a<br />

Chopin y sufría oír música suya. Pero como esa wagneriana estaba<br />

lejos, con un grupo de muchachas jóvenes, la marquesa de Cambremer<br />

se entregó a sus <strong>del</strong>iciosas impresiones.<br />

También las sentía así la princesa de los Laumes. Aunque no<br />

tenía grandes prendas naturales para la música, desde los quince años le<br />

dio lecciones una profesora de piano <strong>del</strong> barrio de Saint-Germain,<br />

mujer de genio que al final de su vida, se vio en la miseria y a los<br />

setenta años tuvo que volver a dar lecciones a las hijas y a las nietas de<br />

sus primeras discípulas. Ya había muerto. Pero su método y su<br />

excelente sonido revivían a menudo en sus discípulas, aun en<br />

aquellas convertidas para siempre a la mediocridad, que abandonaron la<br />

música y nunca abrían un piano. Así que la princesa pudo mover la<br />

cabeza con pleno conocimiento de causa y sabiendo apreciar<br />

exactamente el modo como tocaba el pianista aquel preludio que<br />

ella se sabía de memoria. Murmuró: siempre será <strong>del</strong>icioso; y lo hizo<br />

frunciendo los labios románticamente como una flor bonita, y armonizó<br />

con ellos su mirada, que se cargó en aquel momento de vaguedad y<br />

<strong>Librodot</strong> <strong>En</strong> <strong>busca</strong> <strong>del</strong> <strong>tiempo</strong> <strong>perdido</strong> I <strong>Marcel</strong> Proust<br />

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