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Librodot En busca del tiempo perdido I Marcel ... - Biblioteca Virtual

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Si cuando yo estaba leyendo un libro mis padres me hubieran<br />

dejado ir a visitar la región que describía, me habría parecido que daba<br />

un gran paso hacia la conquista de la verdad. Porque si bien tenemos<br />

siempre la sensación de que nuestra alma nos está cercando, no es<br />

que nos cerque como los muros de una cárcel inmóvil, sino que más<br />

bien nos sentimos como arrastrados con ella en un perpetuo impulso<br />

para sobrepasarla, para llegar al exterior, medio descorazonados, y<br />

oyendo siempre a nuestro alrededor esa idéntica sonoridad, que no es<br />

un eco de fuera, sino el resonar de una íntima vibración. Querernos<br />

<strong>busca</strong>r en las cosas, que por eso nos son preciosas, el reflejo que sobre<br />

ellas lanza nuestra alma, y es grande nuestra decepción al ver que<br />

en la Naturaleza no tienen aquel encanto que en nuestro pensamiento<br />

les prestaba la proximidad de ciertas ideas; y muchas veces<br />

convertimos todas las fuerzas <strong>del</strong> alma en destreza y en esplendor,<br />

destinados a accionar, sobre unos seres que sentimos perfectamente que<br />

están fuera de nosotros y que no alcanzaremos nunca. Y por eso, si bien<br />

me imaginaba siempre alrededor de la mujer amada los lugares que por<br />

entonces deseaba con mayor ardor, y si bien hubiera querido que ella<br />

fuera la que me acompañara a visitarlos y la que me abriese las puertas<br />

de un mundo desconocido, no se debía aquello al azar de una sencilla<br />

asociación de ideas, no; es que mis sueños de viaje y de amor no eran<br />

más que momentos .que hoy separo artificialmente, como quien hace<br />

cortes a distintas alturas en un surtidor irisado y en apariencia inmóvil.<br />

de un mismo e infatigable manar de las fuerzas todas de mi vida.<br />

<strong>En</strong> fin, al ir siguiendo de dentro afuera los estados<br />

simultáneamente yuxtapuestos en mi conciencia, y antes de llegar al<br />

horizonte real que los envolvía, me encuentro con placeres de otra<br />

clase: sentirme cómodamente sentado, percibir el buen olor <strong>del</strong> aire; no<br />

verme molesto por ninguna visita, y cuando daba la una en el<br />

campanario de San Hilario, ver caer trozo a trozo aquella parte ya<br />

consumada de la tarde, hasta que oía la última campanada, que me<br />

permitía hacer la suma de las horas; y con el largo silencio que<br />

seguía, parecía que empezaba en el cielo azul toda la parte que aun me<br />

era dada para estar leyendo hasta la hora de la abundante cena que<br />

Francisca preparaba y que me repondría de las fatigas que me tomaba<br />

en la lectura para seguir al héroe. Y a cada hora que daba parecíame<br />

que no habían pasado más que unos instantes desde que sonara la<br />

anterior; la más reciente venía a inscribirse en el cielo tan cerca de la<br />

otra, que me era imposible creer que cupieran sesenta minutos en aquel<br />

arquito azul comprendido entre dos rayas de oro.<br />

Y algunas veces, esa hora prematura sonaba con dos<br />

campanadas más que la última; había, pues, una que se me escapó, y<br />

<strong>Librodot</strong> <strong>En</strong> <strong>busca</strong> <strong>del</strong> <strong>tiempo</strong> <strong>perdido</strong> I <strong>Marcel</strong> Proust<br />

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