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Librodot En busca del tiempo perdido I Marcel ... - Biblioteca Virtual

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que mi tía había llevado una juventud borrascosa y había estado<br />

recluida, cosa sabida públicamente. No pude callármelo, se lo dije a<br />

mis padres; cuando volvió le dieron con la puerta en las narices, y un<br />

día que me acerqué a él en la calle, estuvo muy frío conmigo.<br />

Pero en lo que me dijo de Bergotte no mintió.<br />

Los primeros días no vi clara aquella cualidad que tanto<br />

habría de gustarme en su estilo, como pasa con una melodía que aun no<br />

distinguimos bien y que un día llegará a subyugarnos. No se me caía de<br />

la mano la novela suya que estaba leyendo, pero yo me sentía<br />

interesado únicamente por el asunto, como sucede en los primeros<br />

momentos <strong>del</strong> amor, cuando vamos todos los días a una reunión o un<br />

espectáculo, para ver a una mujer, y nos creemos que lo que allí nos<br />

lleva es el atractivo de la diversión. Luego, empecé a fijarme en las<br />

expresiones raras, casi arcaicas, que le gustaba emplear en aquellos<br />

momentos en que una oculta onda de armonía y un preludio<br />

interno agitaban su estilo; en esos momentos es cuando se ponía a<br />

hablar <strong>del</strong> .vano sueño de la vida., <strong>del</strong> .inagotable torrente de hermosas<br />

apariencias., <strong>del</strong> .tormento <strong>del</strong>icioso y estéril de comprender y<br />

amar., y de las conmovedoras efigies que ennoblecen para siempre la<br />

fachada venerable y seductora de las catedrales; cuando daba<br />

expresión a toda una filosofía nueva para mí, con imágenes<br />

maravillosas, imágenes que parecían despertar aquel canto con arpas<br />

que entonces se elevaba, y al que las metáforas servían de sublime<br />

acompañamiento. Uno de aquellos pasajes de Bergotte, el tercero o<br />

cuarto que yo separé de entre los demás, me dio una alegría<br />

incomparable a la que me diera el primero, gozo que sentí en una<br />

región más profunda de mi ser, más lisa y más anchurosa, y de donde<br />

había desaparecido todo obstáculo y separación. Y es que, sin dejar de<br />

reconocer entonces su afición a las expresiones raras, la misma efusión<br />

musical, la misma filosofía idealista, que ya otras veces, y sin que<br />

yo me diera cuenta, habían sido causa de mi placer, ya no tuve la<br />

impresión de estar frente a un trozo particular de un determinado libro<br />

de Bergotte, que trazaba en la superficie de mi mente una figura<br />

puramente lineal, sino ante un .trozo ideal de Bergotte, común a todos<br />

sus libros, y al cual todos los pasajes análogos que venían a<br />

confundirse con él prestaban una especie de espesor y de volumen que<br />

ensanchaban el espíritu.<br />

No era yo el único admirador de Bergotte; también era el<br />

escritor favorito de una amiga de mi madre, muy ilustrada, y los<br />

enfermos <strong>del</strong> doctor Du Boulbon tenían que esperarse a que el doctor<br />

acabara la lectura <strong>del</strong> último libro de Bergotte; y de su sala de consulta<br />

y de un parque cerca de Combray salieron los primeros gérmenes de<br />

<strong>Librodot</strong> <strong>En</strong> <strong>busca</strong> <strong>del</strong> <strong>tiempo</strong> <strong>perdido</strong> I <strong>Marcel</strong> Proust<br />

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