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Librodot En busca del tiempo perdido I Marcel ... - Biblioteca Virtual

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Francisca a quien participaba sus sospechas de la deslealtad de Eulalia,<br />

a quien muy pronto cerraría la puerta; y al cabo de unos días ya estaba<br />

cansada de su confidenta de ayer, se arreglaba con la otra, y los papeles<br />

se cambiaban para la próxima representación. Pero las sospechas que<br />

Eulalia le inspiraba a veces eran fuego de virutas, pronto extinguido sin<br />

tener en qué alimentarse, porque Eulalia no vivía en la casa.<br />

Pera no ocurría lo mismo con las despertadas por Francisca, a<br />

quien sentía mi tía vivir constantemente bajo el mismo techo, sin<br />

atreverse, por miedo a coger frío si salía de la cama, a bajar a la<br />

cocina y enterarse de si eran o no sospechas fundadas. Poco a poco<br />

llegó a no tener otra ocupación mental que adivinar lo que podía<br />

estar haciendo Francisca en cada momento, y si quería ocultárselo.<br />

Se fijaba en los más furtivos gestos de Francisca, en<br />

cualquier contradicción entre sus dichos, en un deseo que al parecer<br />

quería disimular. Y hacíale ver que la había desenmascarado con una<br />

sola palabra, que hacía palidecer a Francisca, y que mi tía hundía en el<br />

corazón de la desdichada, aparentemente, con cruel regocijo, y al<br />

otro domingo una revelación de Eulalia como esos descubrimientos<br />

que de repente abren un campo insospechado a una ciencia que nace<br />

y que hasta entonces arrastraba una vida lánguida. probaba a mi<br />

tía que sus sospechas aun estaban muy por bajo de la realidad.<br />

.Francisca es la que lo debe saber ahora que le da usted coche.. .¡Qué<br />

yo le doy coche!., exclamaba mi tía. .¡Ah!, yo no sé, creía que... La he<br />

visto pasar en carruaje, con más orgullo que Artabán, camino <strong>del</strong><br />

mercado de Roussainville. Y creí que era la señora la que..... Poco a<br />

poco Francisca y mi tía, como el cazador y la pieza, no hacían más<br />

que ponerse en guardia contra sus recíprocas argucias. Mi madre<br />

tenía miedo de que Francisca llegara a tomar verdadero odio a mi tía,<br />

que la ofendía con la mayor dureza posible. El caso era que<br />

Francisca se fijaba cada día con mayor atención en los menores<br />

ademanes y más insignificantes de palabras mi tía. Cuando tema que<br />

preguntarle algo, vacilaba mucho, pensando en el modo como lo haría.<br />

Y cuando ya había proferido su demanda, observaba a mi tía a<br />

hurtadillas, para adivinar por el aspecto de su rostro lo que pensaba y lo<br />

que decidiría. Y así, mientras un artista que lee memorias <strong>del</strong> siglo<br />

XVII y quiere acercarse al Rey Sol cree tomar el buen camino,<br />

forjándose una genealogía que le haga descendiente de una familia<br />

histórica, o manteniendo correspondencia con un soberano europeo de<br />

su <strong>tiempo</strong>, y al hacerlo vuelve la espalda precisamente a aquello que<br />

erróneamente <strong>busca</strong> bajo formas idénticas, y por consiguiente sin vida,<br />

una vieja señora provinciana, que no era más que la fiel servidora<br />

de irresistibles manías, y de una malevolencia hija de la ociosidad,<br />

<strong>Librodot</strong> <strong>En</strong> <strong>busca</strong> <strong>del</strong> <strong>tiempo</strong> <strong>perdido</strong> I <strong>Marcel</strong> Proust<br />

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