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Librodot En busca del tiempo perdido I Marcel ... - Biblioteca Virtual

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de aumento que hay en la punta de los portaplumas que se venden<br />

como recuerdo de una playa, alborotadas olas, alrededor de una iglesia<br />

persa. Acaso la simplificación de estas imágenes fue motivo <strong>del</strong><br />

imperio que sobre mí tomaron. Cuando mi padre decidió un año que<br />

fuéramos a pasar las vacaciones de Pascua de Resurrección a<br />

Florencia y a Venecia, como no me quedaba sitio para meter en el<br />

nombre de Florencia los elementos que, por lo general, componen<br />

una ciudad, no tuve otro remedio que inventar una villa sobrenatural<br />

nacida de la fecundación de lo que yo creía ser esencialmente el genio<br />

de Giotto, por algunos perfumes primaverales. A lo sumo .y como en<br />

un nombre no cabe más <strong>tiempo</strong> que espacio., el nombre de Florencia, lo<br />

mismo que algunos cuadros de Giotto que muestran a un mismo<br />

personaje en dos momentos distintos de la acción, aquí acostado en su<br />

cama, allí preparándose a montar a caballo, se me aparecía dividido en<br />

dos compartimientos.<br />

<strong>En</strong> uno, bajo un arquitectónico dosel, contemplábase un fresco;<br />

y una cortina de sol matinal, polvoriento, oblicuo y progresivo,<br />

parcialmente superpuesta a la pintura; en el otro (porque como para mí<br />

los nombres no eran un ideal inaccesible, sino un ambiente real donde<br />

yo iba a hundirme, la vida intacta y pura que en ellos me<br />

figuraba daba a los placeres más materiales y a las más sencillas<br />

escenas la seducción que tienen en los cuadros primitivos), iba yo<br />

atravesando rápidamente .en <strong>busca</strong>, <strong>del</strong> almuerzo que me esperaba, con<br />

frutas y vino de Chianti. el Ponte-Vecchio, todo lleno de<br />

junquillos, de narcisos y de anémonas. Y, aun estando en París, eso es<br />

lo que yo veía, y no las cosas que tenía a mi alrededor. Hasta si se mira<br />

desde un simple punto de vista realista, ocupan más espacio en nuestra<br />

vida las tierras que a cada momento deseamos, que aquella en que<br />

realmente vivimos. Evidentemente, si yo me hubiera fijado más en lo<br />

que había en mi pensamiento cuando yo pronunciaba las palabras .ir a<br />

Florencia, a Parma, a Pisa, a Venecia., me habría dado cuenta de<br />

que lo que yo veía no era una ciudad, sino algo tan diferente de todo lo<br />

que yo conocía, tan <strong>del</strong>icioso como podría ser para una humanidad,<br />

cuya, vida se desarrollara siempre en anocheceres de invierno, la<br />

desconocida maravilla de una mañana de primavera. Esas imágenes<br />

irreales, fijas, las mismas siempre, que llenaban mis días y mis noches,<br />

diferenciaron aquel período de mi vida de los que lo precedieron (y que<br />

habría podido ser confundido con ellos por un observador que no viera<br />

las cosas más que desde fuera, esto es, que no viera nada), lo mismo<br />

que en una ópera introduce una novedad un motivo melódico, que no se<br />

podría sospechar si nos limitáramos a leer el libreto, y menos aún si nos<br />

estuviéramos fuera <strong>del</strong> teatro contando los cuartos de hora que<br />

<strong>Librodot</strong> <strong>En</strong> <strong>busca</strong> <strong>del</strong> <strong>tiempo</strong> <strong>perdido</strong> I <strong>Marcel</strong> Proust<br />

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