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Librodot En busca del tiempo perdido I Marcel ... - Biblioteca Virtual

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Yo no acababa de comprender por qué había que alardear<br />

de independencia para no ir a casa de gentes desconocidas, y por qué<br />

eso podía dale a uno tinte de salvaje o de oso. Pero sí entendía que<br />

Legrandin no era <strong>del</strong> todo verídico cuando decía que no le gustaban<br />

más que las iglesias, la luna y la juventud; también le gustaban,<br />

y mucho, los señores de los castillos, y tan sobrecogido se hallaba en su<br />

compañía por el temor de desagradarlos, que no se atrevía a lucir ante<br />

ellos su amistad con gentes de clase media, con hijos de notarios o de<br />

agentes de cambio, y prefería, si alguna vez llegaba a descubrirse la<br />

verdad, que fuera cuando él no estaba <strong>del</strong>ante, .por defecto; en suma,<br />

era un snob. Cierto que nunca confesaba nada de eso, con el lenguaje<br />

aquel que tanto nos gustaba a mis padres y a mí. Y cuando yo<br />

preguntaba si conocía a los Guermantes, Legrandin, el maestro de la<br />

conversación, contestaba: .No, nunca he querido conocerlos.<br />

Pero desgraciadamente lo decía ya tarde, porque otro<br />

Legrandin que él ocultaba celosamente en el fondo de sí mismo,<br />

y que no enseñaba nunca, porque ése estaba enterado de muchas cosas<br />

<strong>del</strong> Legrandin nuestro, de historias comprometidas, de su<br />

snobismo; ese otro Legrandin ya había contestado con la muesca<br />

abierta en la mirada, con el rictus de la boca, con la exagerada seriedad<br />

de tono de la respuesta, con las mil flechas que ponían a nuestro<br />

Legrandin, acribillado y desfalleciente, como a un San Sebastián <strong>del</strong><br />

snobismo:<br />

-¡Ay, qué daño me hace usted! No, no conozco a los<br />

Guermantes.<br />

Ha ido usted a tocar en la llaga más dolorosa de mi vida.. Y<br />

como aunque aquel Legrandin, indiscreto y acusón, carecía <strong>del</strong><br />

hermoso hablar <strong>del</strong> otro, tenía, en cambio, la palabra mucho más<br />

rápida, compuesta de eso que se llama .reflejos., cuando el<br />

Legrandin, maestro de conversación, quería imponerle silencio, el otro<br />

ya había hablado, y en vano nuestro amigo se desesperaba por la<br />

mala impresión que las revelaciones de su alter ego debieron de causar;<br />

lo único que podía hacer eran atenuarlas.<br />

Claro que eso no quería decir que Legrandin no era sincero<br />

cuando tronaba contra los snobs. No podía saber, al menos por sí<br />

mismo, que lo era, porque no nos es dado conocer más que las<br />

pasiones ajenas, y lo que llegamos a conocer de las nuestras lo<br />

sabemos por los demás. Nuestras pasiones no accionan sobre<br />

nosotros más que en segundo lugar, por medio de la imaginación, que<br />

coloca en lugar de los móviles primeros, morales de relevo que son más<br />

decentes. Jamás el snobismo de Legrandin le aconsejó ir a visitar a<br />

menudo a una duquesa. Lo que hacía era encargar a la<br />

<strong>Librodot</strong> <strong>En</strong> <strong>busca</strong> <strong>del</strong> <strong>tiempo</strong> <strong>perdido</strong> I <strong>Marcel</strong> Proust<br />

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