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Librodot En busca del tiempo perdido I Marcel ... - Biblioteca Virtual

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hubieran estado puestos en un inmenso pectoral, pero tras los cuales<br />

sentíase más codiciada que sus riquezas, una momentánea sonrisa <strong>del</strong><br />

sol; un sol tan cognoscible en la ola azul y suave con que bañaba las<br />

pedrerías como en los adoquines de la plaza o en la paja <strong>del</strong> mercado; y<br />

en los primeros domingos de nuestra estancia, cuando llegábamos<br />

antes de Pascua, me consolaba de la desnudez y negrura de la tierra,<br />

desplegando, como en una primavera histórica y que datara de los<br />

sucesores de San Luis, el tapiz cegador y dorado de miosotis de cristal.<br />

Dos tapices de trama vertical representaban la coronación de<br />

Ester (la tradición prestaba a Asuero los rasgos fisonómicos de un rey<br />

de Francia y a Ester los de una dama de Guermantes, de la que estaba<br />

enamorado), y los colores, al fundirse, habían añadido a los tapices<br />

expresión, relieve y claridad; un poco de color de rosa flotaba en los<br />

labios de Ester saliéndose <strong>del</strong> dibujo de su contorno, y el amarillo de<br />

su traje se ostentaba tan suntuosamente, tan liberalmente, que venía<br />

a cobrar como una especie de consistencia y triunfaba vivamente sobre<br />

la atmósfera vencida; y el follaje de los árboles seguía verde en las<br />

partes bajas <strong>del</strong> paño de seda y lana, pero arriba se había «pasado»<br />

y hacía destacarse con más palidez, por encima de los troncos<br />

oscuros, las ramas altas, amarillentas, doradas y como medio<br />

borradas por la brusca y oblicua claridad de un sol invisible. Todo esto<br />

y todavía más los objetos preciosos donados a la iglesia por personajes<br />

que para mí eran casi personajes de leyenda (la cruz de oro,<br />

trabajado, según decían, por San Eloy, y regalada por Dagoberta; el<br />

sepulcro de los hijos de Luis el Germánico, de pórfiro y cobre<br />

esmaltado), era motivo de que yo anduviera por la iglesia para ir hacia<br />

nuestras sillas, como por un valle visitado por las hadas y donde el<br />

campesino se maravilla de ver en una roca, en un árbol, en un charco,<br />

huellas palpables de su sobrenatural paso; todo esto revestía a la iglesia<br />

para mis ojos de un carácter enteramente distinto al resto de la ciudad:<br />

el ser un edificio que ocupaba, por decirlo así, un espacio de cuatro<br />

dimensiones .la cuarta era la <strong>del</strong> Tiempo. y que al desplegar a través de<br />

los siglos su nave, de bóveda en bóveda y de capilla en capilla,<br />

parecía vencer y franquear no sólo unos cuantos metros, sino épocas<br />

sucesivas, de las que iba saliendo triunfante; que ocultaba el rudo y<br />

feroz siglo onceno en el espesor de sus muros, de donde no surgía con<br />

sus pesados arcos de bóveda, rellenos y cegados por groseros morrillos,<br />

más que en la profunda brecha que abría junto al pórtico la escalera <strong>del</strong><br />

campanario, y aun allí, disimulado por los graciosos arcos góticos que<br />

se colocaban coquetamente <strong>del</strong>ante de él, como hermanas mayores que<br />

se colocan sonriendo <strong>del</strong>ante de un hermanito zafio, grosero y mal<br />

vestido, para que no lo vea un extraño; que alzaba al cielo, por encima<br />

<strong>Librodot</strong> <strong>En</strong> <strong>busca</strong> <strong>del</strong> <strong>tiempo</strong> <strong>perdido</strong> I <strong>Marcel</strong> Proust<br />

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